Francisco Zaragoza Carrillo (Quiapo 1914-Manila 1990)
LÍNEAS PROEMIALES.- Por el General Emilio Aguinaldo.
<Entre aquellos que dieron sus vidas y sus fortunas a la causa de la Revolución, destácase , con refulgencias eternas la figura de una de las más querida hijas de la provincia de Batangas: Gliceria Marella. ¿Quién no la conoce?
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Pero hablar de nuestras luchas pasadas, hablar de nuestra Revolución y no mentar, siquiera de soslayo, a España, lo que ella fue en Filipinas, equivaldría a no vivir en la realidad.>
DIOSA MORENA.- Por el Dr., Fernando de la Concepción.
...Y resonó en la cumbre el libertario grito
Que despertara al pueblo a destino inmortal;
Y en la pugna ciclópea, de frente al Infinito,
¡Cada brazo fué un rayo, cada pecho, un Taal!
Asoló al patrio suelo el ciclón sanguinario:
Y, donde esposo o hijo, cayó con gloria cruenta,
Como la Dolorosa del divino Calvario,
¡Allí estaba Ella, símbolo de la Patria irredenta!
Mujer de mi terruño, indígena matrona,
Esclava y soberana del filipino hogar:
Es águila iracunda o soberbia leona
Frente a la desventura que amaga al patrio lar.
Invicta ante la muerte, en el dolor suprema,
Con silencio de cimas consuma el sacrificio ...
Pero si ella en la prueba es un mundo poema,
En la paz, ¡es la nota de un triunfal epinicio!
I.- PERSPECTIVA BIOGRÁFICA Y REVOLUCIONARIA.- Por D., Francisco Zaragoza Carrillo.
Junta militar en la casa de Marella.
<Y para coordinar mejor la acción simultánea del ataque, Andrés Bonifacio cree necesario tener una entrevista revolucionaria con Marella, en Taal. Otra vez la casa de Marella es el lugar designado para el importante consejo. Y allí acuden con el fundador del Katipunan, Feliciano Jocson y Vito Belarmino, que, disfrazados de galleros, llegaban de Manila en el vapor BULUSAN. También participaron en la conferencia el patriota Felipe Calderón y los enérgicos generales Malvar y Marasigan.
Tales conferencias secretas, que sólo se convocaban cuando las circunstancias eran imperativas, adquirían singular importancia dada la calidad de los participantes y la naturaleza de los asuntos en ellas discutidos. La particularidad de que las reuniones tenían lugar a pocos pasos de la residencia de los generales Lachambre y Jaramillo, hacía subir de punto el grado de riesgo que las revestía. Los generales españoles, con altos oficiales del ejército y los soldados de su guardia, habían convertido en su vivienda y oficina militar una de las dos fincas gemelas de Marella, que, situadas una contigua a la otra, sólo los separaba un jardín.
Los peligrosos conciliábulos se verificaban a la amortiguada luz de un quinque, dentro de un gran cesto de caña que servía para el almacenaje de productos agrícolas.
Quedó acordado que el aprovisionamiento de todas las compañías que estaban bajo el mando de los generales Marasigan y Malvar y de los tenientes coroneles Arriola, Timoteo Marella, Servando Murillo, habían de estar a cargo de la revolucionaria. Aquellos consolidarían sus fuerzas en los municipios de Balatan, Calaca y Lemery.> (Pags., 57-58)
La agresión americana.- La defensa de la filipinidad.
<No fue ésta la última de sus intrépidas actuaciones. Cuando, terminada la lucha santa contra la tutela colonial y reconquistada la dignidad de pueblo libre, el poderoso ejército de América -sin más razón que la perfidia ni más privilegio que la fuerza- violaba el honor y la integridad territorial de Filipinas, Marella, con el arranque tempestuoso de siempre, se lanzaba de nuevo a la lucha.
Otra vez, la fiebre tumultuosa de la guerra, sacudía toda su vida. Hace el llamamiento a sus últimos soldados. Los reorganiza. Y con los restos de su quebrantada fortuna, va a oponer la muralla de su heroísmo a la agresión americana.
Aquella usurpación violenta, realizada con técnicas alevosas por un ejército que se titulaba el defensor de los pueblos oprimidos, sublevaba de infinita execración la conciencia justiciera de Marella.
Todas las capas sociales se habían incorporado, como un solo impulso, al movimiento de represión. Y al ser intimados a rendirse, los filipinos contestaban a las tropas invasoras, con la resolución más inquebrantable de defender su filipinidad hasta el último hombre.> (Pags., 65-66)
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En el camino sangriento.- La captura de Marella.
<Se iban apagando rápidamente las reservas de rebeldía. la República, forjada a fuego y hierro, y sostenida con aliento de héroes y sangre de mártires, como culminación egregia de un ensueño milenario, se hallaba rota y afrentada. Tocaba a su eclipse definitivo la estrella de la Libertad.
En los caminos sangrientos, ¡cuántos esforzados combatientes habían sucumbido luchando! Cayó el comandante de Estado Mayor José Torres Bugallón, en la trágica beligerancia de la Loma. Cayó en la Batalla de Tila el irreductible Gregorio H. del Pilar, imantando de excelsitud la espada guerrera. Es avasallado el Presidente Emilio Aguinaldo en el campamento de TIERRA VIRGEN de los bosques de Naguilían. Fue apresado el valiente general Vicente Lukbán, en Sámar.
Y, como remate de aquellos acontecimientos adversos que dejaban en el alma colectiva un sedimento de profundo encono, también Marella era capturada. Cayó. Pero no abatida. La tuvieron prisionera por espacio de varios meses.> (Pags., 82-83)
La obra inconclusa.- El último sueño.
<Transcurren desde encontes veintiocho años. Y en al mañana del 28 de septiembre de 1929, en el manso recogimiento de su morada, mas con la íntima nostaalgia de ver inconclusa su obra independentista; lejos ya del estruendo de sus luchas pero más cerca de la Eternidad y del vigilante carió de sus hijos, dialogando acaso con la epopeya de su pasado parra olvidar un presente de claudicante sumisión, y después de rcibir el Santo Viático: Gliceria Marella de Villavicencio se rendía al Último Sueño.(*) (Pag., 84)
(*) Estaban junto al lecho de la agonizante con el alma de hinojos y desbordada la fuente del dolor, sus hijos: Mariquita, Vicenta, José, Rita y Sixto.
II.- UNA FORTALEZA ESPIRITUAL. (ANECDOTARIO).- Por D., Luis Montilla, Director de la Biblioteca Nacional.
Ni tulisanes, ni americanos.
<Después de la entrada de los tulisanes que saquearon el municipio y las casas privadas, llegaron los constabularios al mando de jefes americanos cuyos soldados cometieron toda clase de desmanes y fechorías, atropellando hasta a las mujeres.
Llegaron a casa de Doña Gliceria ocho soldados con los sombreros puestos, requiriendo, de parte de sus jefes, mobiliarios y utensilios domésticos para la casa donde estaban instalados.
Doña Gliceria les respondió que nada tenía que dar porque todo lo que poseía era para su uso exclusivo. Con la energía que la caracteriza ordenó que se quitaran los sombreros, enseñándoles el respeto que debieran guardar a la casa y a su dueña.
Mientras subían las escaleras, los soldados hicieron ademán de apuntarla con el fusil, mas ella, toda valerosa, les increpó que se marcharan si no querían merecer el severo castigo de sus propios jefes americanos.
Ante tan resulta actitud, tuvieron que salir corriendo, sorprendidos del coraje inaudito de la estoica revolucionaria.
En 1900, casi todos los pueblos de Batangas fueron invadidos, pues el enemigo superaba en armas y fuerza numérica. Pero lo admirable fue la audacia intrépida de Doña Gliceria que pudo reunir diez fusiles, nada menos que en aquello tiempos cunado significaba pena de muerte poseer un arma arrebatada del enemigo. Eran fusiles Amberg, Murata y Mauser americanos.
Estos fusiles fueron entregados a Juan Tamayo y utilizados para atacar la fortaleza americana y cortar las fechorías de los malhechores filipinos que se aprovechaban de aquella caótica situación.
El pueblo, conocedor de las hazañas de Doña Gliceria, admiraba y se mostraba agradecido de aquella al parecer débil, pero que, en tan críticas circunstancias supo arrostrar peligros, exponiendo su vida y su libertad, por ayudar la causa revolucionaria, con hechos heroicos que se han grabado en el corazón de su pueblo.> (Pags., 106-107-108)
III.- JUICIOS Y CERTIFICACIONES HISTÓRICAS.-
Ángel de la revolución. Por la Dra., Encarnación Alzona.
<La valiosa aportación de la mujer filipina a nuestra Revolución (1896-1899) es justamente reconocida por los historiadores. Grabados perennemente en las páginas luminosas de la historia patria están los nombres de numerosas heroínas, entre ellas Teodora Alonso de Rizal, Josefa Rizal, Trinidad Rizal, Melchora Aquino, Águeda Kahabagan, Trinidad Tecson, Teresa Magbawa, Gregoria de Jesús, Marina Dizon, Marcela M. de Agoncillo y Gliceria Marella de Villavicencio, objeto de estas líneas.
Era batangueña, nacida en el pueblo de Taal, pueblo admirado por el patriotismo y la laboriosidad de sus vecino. La fortuna la había concedido todos los privilegios. Fue bien nacida, perteneciendo a la primera familia, la más acaudalada de su tierra natal; era inteligente y había sido hermosa, muy hermosa. Contemplamos con honda admiración su celestial belleza en un lienzo que atesora su amante y romántica hija, Da., Rita Villavicencio de Ilustre. Lleva la firma del insigne pintor filipino Juan Luna.
De sus padres heredó una cuantiosa fortuna que se aumentó grandemente con su enlace con Eulalio Villavicencio, primo hermano de su padre y también figura destacada de la revolución. Supo ser rica. Dotada de nobles prendas, empleó su fortuna para aliviar los dolores de la adversidad en su derredor. Lo Los necesitados que acudían a ella en demanda de socorro, conociendo su alma caritativa, nunca se retiraron con las manos vacías. Por su bondad y benevolencia fue bendecida por los pobres.
Luego, cuando la patria doliente clamaba por la ayuda de sus hijos leales ella respondió de todo corazón, consagrando su fortuna y hasta arriesgando su vida a su alivio y redención. Era patriota, fervorosa, ardiente. Los paladines revolucionarios Andrés Bonifacio, Miguel Malvar, Mariano Trías, Vito Belarmino, Eleuterio Marasigan, Ananías Diokno y otros, hallaron en ella una colaboradora constante y generosa. Enterada de que los revolucionarios necesitaban de transporte marítimo, ella, sin vacilación y con generoso desinterés cedió su barco "Bulusan" que después fue cañoneado y hundido por los enemigos.
Su casa en Taal sirvió de cuartel General de los Jefes Revolucionarios. Su cosecha de palay, maíz y azúcar sostuvo a varias compañías de soldados destinados en su pueblo. Bien podríamos apellidarla el Ángel de la Revolución.
Joven aún perdió a su esposo cuya temprana muerte se debió a su encarcelamiento por filibustero. Dejó en la orfandad a 5 hijos. Siguieron largos años de matriarcado. Madre tierna y solícita, perfumó su hogar con las virtudes cristianísimas. Como administradora de sus extensas propiedades demostró una sabiduría y habilidad envidiables.
Inteligente y valerosa, supo cumplir con sus deberes para con su familia y para con su patria. Fue temida por los malhechores y respetada por las autoridades ya sean filipinas, españolas ó americanas: tan conocida era su extraordinaria valentía en la defensa de sus sagrados derechos. Era la encarnación de la mujer ideal.
Establecida la paz, Gliceria Marella ya enfermiza y fatigada por la vida de sacrificios que la revolución la impuso como un perfume de modestia, había ganado el derecho al descanso. De allí tranquilamente bajó a la tumba.
Tiempo es ya de que el pueblo exteriorice su vivo reconocimiento a los meritísimos servicios prestados por Marella a la patria en su hora triste y conmovedora. Una calle o una escuela que lleve su ilustre nombre y una lápida conmemorativa que marque el lugar de su natalicio, sería poco para honrar la sagrada memoria de la ínclita patriota que hasta ahora yace en la penumbra del olvido.> (Pags., 192 a 195)
VI.- POST SCRIPTUM. Por D., Claro M. Recto de la Real Academia de la Lengua.
<Hoy se cumple el vigesimoquinto aniversario del fallecimiento de Gliceria Marella, la mujer fuerte y austera según el patrón de la Escritura, que, si en los días de Revolución fue talismán y lumbre de heroísmo, fue, en régimen de paz, rosal y sendero de virtudes ciudadanas.
Y es de ponderar que en el avatar de la vida moderna haya espíritus laboriosos que, como Apóstol dejo de Retana, tienen "el celo del pólipo entusiasta que labra catedrales submarinas," y se detienen a desenterrar, a pesar de la pulsación acelerada del tiempo sepultados en el olvido o la incomprensión.
Hay que reconstruir de entre las pompeyas del pasado las vidas que fueron nobles y heroicas; hay que desandar distancias de historia y traer al presente normas y modos del ayer para las sólidas construcciones del futuro.
No hay mejor testimonio de la madurez histórica de un pueblo que el culto de lo heroico tributado por vigilantes biógrafos cuyo empeño es rescatar de la incuria general y salvar de su ultraje figuras preclaras de generaciones que ya fueron, recreándolas en líneas y símbolos actuales para ejemplaridad y veneración.
Gliceria Marella fue una de ellas, por el temple de su voluntad, por la pureza de su altruismo, por su fe inquebrantable en los destinos de su patria. Su más alto merecimiento fue que el ejemplo de su vida abrió una dilatada perspectiva a la participación de la mujer filipina en el moldeamiento del futuro de la nación, alzando un dique contra las fuerzas de la frivolidad que avanzan para ahogar en turbiones de fracaso los ideales de nuestra juventud.
Y estas páginas, reunidas con devoción de artista y con la técnica que aconseja la moderna ejecución de bosquejos psicológicos, más que computación de fechas y efemérides, son historia de emoción y poesía del recuerdo, y presentan en un análisis integral no sólo la enorme fuerza de aquel selecto espíritu de mujer, sino la belleza geométrica de su esfuerzo: el alma desdoblada para la lucha que inflamó la llama de dos revoluciones y concretó el pensamiento de dos épocas.
En las hojas de esta labor biográfica, en que todos los lineamientos forman en conjunto un condensado y vigoroso cuadro de batallas, palpita en las circunstancias primarias del gran drama revolucionario, fijar sus concausas y destacar sobre un fondo humano de tradición y recuerdos, aquel instante de intensidad patriótica en que se hizo carne para habitar entre nosotros el verbo de la libertad.
Y antes que el bronce y el mármol, las páginas de este libro recogerán el "terrible aletazo de la idealidad que envolvió la vida de Gliceria Marella.>
28 de Septiembre, 1954.
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