El diseño de la portada del libro es como sigue:
Arriba a la izquierda el nombre del autor y debajo de él un dibujo de la "rosa de Jericó" ambos en negro.
En el centro la palabra "Peregrinando... de color rojo escrita en diagonal y la cruz de Jerusalén.
Y abajo a la derecha la frase "Impresiones de un viaje a Tierra Santa." en negro.
Podríamos interpretar esta simbología de la siguiente manera, el Antiguo Testamento estaría representado por la rosa de Jericó y el Nuevo por la cruz, ambos unidos por la palabra "Peregrinando...". "Impresiones de un viaje por Tierra Santa" sería el resumen de lo que vamos a leer a continuación.
También se incluye una foto del autor y la dedicatoria a su amigo Víctor Pecson y familia, de Betis, Pampanga.
Este libro de 423 páginas incluida la Carta-Prólogo escrita por Manuel Mª Rincón con fecha de 12 de marzo de 1.927 y el Proemio de fecha de 30 de agosto de 1.921, fue publicado por la Catholic Trade School de Manila el día de la invención de la Cruz de 1.927, ( tres de mayo según el rito latino, pues ese día se conmemora el descubrimiento por santa Elena de la cruz donde murió Nuestro Señor en el año 326). Yo creo que el autor escribió el libro nada más llegar a Manila en 1.921 para después publicarlo en 1.927 y poder presentarse al Premio Zóbel en 1.928, ya que fue el ganador de ese año.
Además colaboró en diarios y revistas de ideario conservador y católico como "El Comercio"; "La Ilustración Filipina"; "El Ideal"; "La Defensa"; "Cultura Social"; "Libertas"; "Vida Filipina"; "Revista Católica Filipina". Miembro fundador de la Academia Filipina de la Lengua. Nació en Misamis Oriental en 1.870 y falleció en San Pablo, La Laguna en 1.937.
PROEMIO.
Y rompiendo de una vez con las ataduras que aún intentaban aprisionarme, y desoyendo consejos que la carne más bien que el espíritu dictaba, salí de mi casa y de mi patria, y con el báculo del peregrino en la mano y acompañado de mi hijo Resurección, emprendí el viaje tan fervientemente anhelado, tan deseado por mi corazón de cristiano y por mi espíritu de artista.
Más de una vez, a mis alumnas de Literatura del Centro Escolar de Señoritas, al hablarles de las grandes concepciones artísticas encerradas en los museos incomparables de la cuna del arte, de la dulce Italia, les excitaba yo a no dejar pasar ocasión propicia sin acudir en peregrinación artística a esas ciudades, en donde en escultura, en pintura, en arquitectura y en música ha dejado tan soberanas muestras el ingenio humano.
SURCANDO LOS MARES.
El día 10 de Febrero de 1921,(...) di un abrazo a aquel y a otros buenos amigos del Ateneo, y volvíme a casa, para ultimar los preparativos de la marcha. Mi postrera visita fué al vecino Sagrario de las monjas Clarisas.(...). Y después, con los ojos humedecidos por las lágrimas y con el corazón estrujado por la pena, di el último adiós a los míos, para dirigirme al pier junto al cual, gallardo y majestuoso, se destacaba el vapor "Legaspi", magnífico buque de la Trasatlántica española, de 7.925 toneladas de desplazamiento, y uno de los mejores barcos de la línea de Filipinas.
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A las diez levamos anclas, y con las miradas y con los pañuelos nos despedimos de los numerosos y queridísimos amigos y conocidos que quedaban en el muelle.
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Alguien auguró desde el primer momento que el viaje sería feliz, ya que en el barco venían no menos de setenta niños. Y en verdad que las predicciones no fallaron, aunque más de una vez, al escuchar los estruendosos gritos de aquellas criaturitas que alentadas por lo favorable del tiempo corrían de extremo a extremo del barco, o al recibir algún empujón de aquellos inocentes que en sus juegos todo lo atropellaban y por todos los departamentos se colaban, más de una vez, repito, me acordé de los manes del feroz tetrarca idumeo que hizo perecer a los niños de Belén a bimatu et infra.
A diario teníamos casi siempre tres misas a bordo.
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Nuestras diversiones eran bien escasas. Algún que otro dominó, tresillo a pasto, mucho canturreo y alguna timbita vergonzante que a espaldas de la oficialidad armaban varios aficionados recalcitrantes.
Los que deseaban expansiones más nobles, organizaban de vez en cuando algún concierto en donde Pedro Urreaga hacía el gasto con su violín y en donde los navarros se encargaban de la dirección de afinados coros, no faltando como final obligado, la "Canción del soldado" entonces muy en boga en Manila. Ballenas y delfines que alguna vez aparecían al costado del buque contribuían a disipar el aburrimiento que cada vez más y más se iba apoderando del pasaje.
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El 15 de Febrero llegamos a Singapore, en donde en unión del amigo Costosa, recorrimos mi hijo Resurrección y yo las calles de la ciudad, paseando en auto y probando los riquísimos mangostanes que empezaban ya a expenderse en los mercados.
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El 22 arribamos a Colombo.
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El 1º de Marzo pasábamos frente al cabo Guardafuí, que esta vez quiso tratarnos con toda clase de miramientos.
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El 8, martes por más señas, navegábamos ya por las aguas del Rojo, y el capellán de a bordo, asesorado por el capitán, me señalaba las cumbres del Sinaí. Fuí a mi camarote y volví sobre cubierta con el breviario en la mano, para entonar ante el monte santo y sobre las aguas que as abrieron al paso de Moisés el magnífico himno Cantemus Domino del gran legislador y del gran profeta.
Eran cerca de las diez de la mañana del día 9, cuando embocábamos el Canal.
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A las 9:30 de la noche fondeábamos en Port Said, término de mi navegación a bordo del "Legaspi".
HACIA LA CIUDAD SANTA.
A las seis de la mañana del jueves, 10 de Marzo, abandonábamos el "Legaspi". (...) La Aduana nos despachó pronto, y tuve la suerte de que los tabacos de Filipinas pasaran, sin que en ellos parase mientes el oficial egipcio que examinaba las maletas con tal minuciosidad en algunos casos, que hasta las cajitas con provisión de botones y de alfileres fueron abiertas y registradas.
En cuanto nos despachó la Aduana, nos dirigimos al Hotel della Poste, cuyo propietario, Mr., Salvo Vella, nos admitió por tres dólares diarios cada uno, con habitación, comida y asistencia. Repusimos nuestras fuerzas y salimos guiados por un pequeño árabe, quien nos condujo a la iglesia de Santa Eugenia, en donde saludamos al Santísimo Sacramento, pasando luego al convento inmediato que pertenece a los PP. Franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Allí, sobre aquella puerta hospitalaria campea la quíntuple cruz del Santo Sepulcro, que nunca ya dejaríamos de contemplar en todos nuestros viajes por Palestina.
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A las 5:30 de la tarde salimos del Hotel después de haber cenado, llevando en una cesta, una respetable provisión de víveres y una botella de vino de Engaddi, según dispuso nuestro diligente guía y amigo Fr. Abele, que en cuanto abrieron su convento ya se apersonó en el hotel para acompañarnos. Junto con él llegamos la estación y él fué el encargado de tomarnos los billetes hasta el mismo Jerusalén, con trasbordo en Kantara y en Lydda. Menudo lío me hacía yo con las libras y con las piastras y con los chelines y con los mexidis, o escudos turcos, más los bisliks y los metaliks que me habían dado a cambio de los dólares. Si no es por Fr. Abele, más de una vez me hubieran squeado a mansalva, aquellos egipcios y aquellos turcos y aquellos fementidos griegos con los cuales tuve que entenderme.
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¡Allí está Jerusalén! repetimos nosotros, señalándonos la Ciudad Santa. Y recordando su historia portentosa, los hechos memorables realizados dentro de su perímetro, sus glorias y sus desgracias, su poderío y su abatimiento, caímos de rodillas sobre el duro suelo de nuestro coche, y musitamos con fervor aquellas palabras del Salmo CXXI: "Mi alma se ha alegrado cuando se me dijo que íbamos a la casa del Señor. En sus atrios se posarán nuestras plantas, oh Jerusalén, y a tus colinas ascenderán todas las tribus, todas las tribus de Israel, para entonar sus alabanzas al nombre santo del Señor".
SIGUIENDO SUS PISADAS.
Rezada la Décima Estación nos postramos de rodillas ante el altar de la Crucifixión que pertenece a los latinos y en donde se conmemora aquella tiernísima escena en que Jesús, cual mansísimo cordero, recostándose sobre el lecho fúnebre, dejó que le enclavasen manos y piés en el madero.
Y luego, con el ánimo contristado, pasamos de la capilla de los latinos a la capilla de los griegos cismático en que se venera el lugar santísimo donde la Santa Cruz fué fijada por los esbirros y en donde agonizó la Divina Víctima.
Allí se conmemora la Duodécima Estación, y de allí, volviendo sobre nuestros pasos, caímos de rodillas ante el altar inmediato del Stabat Mater en donde se conmemora la Décimotercia Estación, cuando depuesto de la Cruz el Redentor, fué reclinado en el regazo de su Madre Santísima.
Volvimos a bajar del Calvario y pasando ante la Piedra de Unción fuímos a venerar el Santo Sepulcro, el ansiado término de nuestra peregrinación, el centro y el imán de nuestros corazones.
Allí terminaba el Via Crucis y allí fué donde dimos rienda suelta a nuestra devoción, imprimiendo una y otra vez el ósculo de nuestro amor sobre la fría losa que recubre el banco sepulcral donde el Divino Mártir fué extendido, muerto, exangüe, y donde la Sacratísima Humanidad de Jesucristo reposó entre las sombras de la muerte, desde la tarde melancólica del Viernes Santo hasta la madrugada radiosa del Domingo de Pascua.
EN EL LUGAR SANTO.
Invitamos al lector a que nos acompañe a una visita detenida por el interior de la Basílica del Santo Sepulcro, también llamada Basílica de la Resurección.
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Para mejor examinar los diversos santuarios del templo, unámonos a la comunidad franciscana en la devota procesión que todas las tardes celebra por el interior del templo, después del rezo de las Completas. A cada peregrino se le provee de una pequeña vela que por la primera vez puede llevarse consigo, como recuerdo de aquel piadoso acto. Da comienzo la procesión en la capilla de los mismos PP. Franciscanos, situada al norte de la Basílica y que forma un pequeño santuario casi cuadrado, que tiene unos ocho metros por cada lado. Cuenta con tres altares y el mayor ostenta un hermoso cuadro representando la aparición de Cristo resucitado a su Santísima Madre. A la derecha se levanta un altar donde antiguamente se conservaba una porción considerable de la verdadera cruz, robada por los armenios en 15437, cuando los franciscanos gemían en la cárcel por orden de Solimán II, cuya flota había destruído el Duque de Génova, Andrés Doria. En el altar del lado de la Epístola se conserva una porción de la Columna de los Azotes, que es de pórfido y cuyo trozo tendrá 0,75 metros de altura. Únicamente el Miércoles Santo, en las breves horas que median desde que termina la misa conventual hasta que empiezan las Tinieblas, se expone a la pública veneración esa reliquia insigne, que el resto del año permanece oculta tras la reja del retablo, tocándola los peregrinos con un bastón allí dispuesto y besando luego la parte del bastón que se puso en contacto con la reliquia.
EN EL LUGAR SANTÍSIMO.
El preste ha entonado el himno de la Cruz, y de los labios de los cantores, de los religiosos y de los peregrinos brotan las vibrantes estrofas del Vexilla Regis: ¡Ya tremolan los estandartes del rey, ya refulge el misterio de la Cruz! Súbense dieciocho gradas de piedra gastada ya por el roce de tantos peregrinos y se encuentra uno con la Capilla del Calvario, que descansa, en parte, sobre la roca del Gólgota, y en parte, sobre bóvedas construídas a fin de ampliar el área de aquel lugar santo. El eje mayor es de trece metros en la dirección de oriente a poniente, y una balaustrada de piedra circuye por el lado Oeste a la capilla. Interiormente está dividida en dos Santuarios, de los cuales el primero es la Capilla latina de la Crucifixión; en donde, como ya hemos visto en un artículo anterior, los judíos desnudaron al Redentor, le dieron a beber el vino mirrado y le extendieron sobre la cruz. El altar de la Crucifixión ocupa el fondo de la capilla latina y delante de él se ve en el suelo un mosaico que marca el lugar donde Jesús fué tendido sobre el suelo para ser enclavado en la cruz.
...................................................................................................................................................................... Desde el Santísimo Sepulcro marcha la procesión a la Capilla de la Magdalena y hecha estación allí, vuelve a la Capilla de la Aparición del Salvador a su Santísima Madre, en donde se canta la letanía lauretana, el Gaude Virgo, Mater Christi y el O gloriosa Virginum, terminando la función con varias oraciones en memoria de la Inmaculada Concepción, de San José, de San Francisco, y por el Sumo Pontífice, por el Rey de España y por las necesidades de la Custodia de Tierra Santa.
TODAVÍA EN EL SANTO SEPULCRO.
¿Dónde quedan ya los restos de aquellos ilustres monarcas que fundaron el efímero y glorioso reino cristiano de Palestina? ¿Dónde los sepulcros de Balduino II y Fulques de Anjou, de Balduino III y de Amaury, de Balduino V y Balduino VI, que con gran número de caballeros quisieron dormir el sueño de la muerte junto al Calvario, como si quisiesen prestar eterna guardia a aquellos lugares sagrados, por cuya liberación expusieron tantas veces sus preciosas vidas? ¡Ah! el Dios por quien supieron sufrir, por quien supieron padecer, el Dios por quien supieron guerrear y luchar, sabrá seguramente, dónde se hallan los átomos de sus envolturas mortales; pero nosotros, los que peregrinos en Jerusalén, hemos buscado sus gloriosas tumbas, nos encontramos con que no hay allí, en la Basílica augusta del Santo Sepulcro, nada que nos recuerde a aquellos varones ilustres que fueron prez y ornamento del catolicismo, y flor y nata de la caballería cristiana. Tan sólo en la humilde sacristía de los Franciscanos nos fué dado contemplar con nuestros ojos y sostener con nuestras manos, una espada y un par de espuelas doradas, que los frailes nos dijeron haber pertenecido a Godofredo de Buillón, y que ellos había recibido en el siglo XIII de manos de un obispo de Nazaret. Esa espada, esas espuelas y una cruz pectoral también muy antigua, úsase allí en la ceremonia de armar caballeros del Santo Sepulcro a los que lo solicitan.
LOS FRANCISCANOS EN TIERRA SANTA.
-Coman ustedes, nos decía el párroco de San Juan de la Montaña, en el refectorio de aquel convento- coman ustedes ese pan sin cortedad y sin miramiento; porque al fin y al cabo, ese pan a ustedes se lo debemos, a los peregrinos que aquí vienen y que luego vuelven a sus países haciendo propaganda de Tierra Santa y de los Franciscanos. -¿Cabe mayor delicadeza en ejercer la hospitalidad?
Y todo esto sin cobrar ni un cuarto al peregrino, contentándose con lo que sus huéspedes quieran darles al marchar, si es que dan algo; sufriendo sus impertinencias, acompañándoles en sus excursiones, sirviéndoles en sus refectorios una comida extraordinaria, más mucho más abundante, mucho mejor sazonada que la pobre menestra que allí mismo, delante de sus huéspdes comen ellos en sus mesas.
Bendiga el cielo a aquellos heraldos de la religión, a aquellos dignísimos hijos de San Francisco,, a aquellos generosos y hospitalarios religiosos que en Tierra Santa conocimos y que con tanta bondad nos trataron.
¿Sus nombres? ¿Para qué? Algunos irán saliendo en el curso de estas memorias. Otros, los más, no figuran aquí, ni hace falta. En el fondo de nuestras almas los llevamos grabados, y en el Libro de la Vida, indudablemente estarán anotados, para recibir allá, en la Casa Nueva de la gloria, el premio ofrecido por el Remunerador divino, que prometió el ciento por uno a todo aquel que en su nombre socorriese a sus hermanos desvalidos.
COSMÓPOLIS.
Épocas del año hay en que se congregan en Jerusalén representantes de todos los pueblos, y en sus plazas y en sus calles se oyen cien idiomas distintos, sobre todo en Semana Santa. Un escritor moderno hace ascender casi a cien mil los habitantes que pueblan la ciudad deicida, pertenecientes a todas las religiones y a todos los pueblos. Los judíos solos llegan a unos 50.000. Los musulmanes, turcos y árabes de distintas sectas, son 8.000. Los cristianos que se ramifican en católicos latinos, (3.000), en griegos cismáticos (6.000), en armenios, también cismáticos (1.000), en coptos, abisinios, sirianos y en protestantes, son asimismo bastante numerosos, sin contar los cristianos católicos del mismo rito que los cismáticos.
EXTRANJEROS PRANSUEIA.
Por las calles de Jerusalén, durante aquellos días de Semana Santa que permanecimos en la Ciudad deicida, veíamos pasar y repasar por delante de los templos católicos, grupos interesantes de cismáticos de todas las comuniones, de árabes, de turcos y de beduinos, que por su actitud, por su mirada, por su gesto, parecían demostrarnos, cuando ni simpatía, por lo menos, la más perfecta indiferencia. También de vez en cuando tropezábamos con alguno que otro hebreo, de larga cabellera, de holgado paletó de paño, con cuello de pieles, con gorro de piel o un a modo de turbante con el que cubrían sus cabezas. La mirada de aquellos hombres era desconfiada, recelosa, y a las veces, una llamarada de odio nos hacía adivinar el fondo de animadversión que guardaban en sus almas hacia el Cristo y hacia sus seguidores. Bien dijo un historiador que "todo buen oriental, y más aún todo buen israelita, es desconfiado: y que la suspicacia les parece una parte natural de la prudencia."
PRIMERAS IMPRESIONES.
-Estoy en Jerusalén, me decía a mí mismo; estoy en la Ciudad Santa, y mis anhelos de toda la vida se ha realizado al fin. He ahí el Pretorio de Pilatos, he ahí el lugar de la flagelación; esa calle que pasa por delante de casa es la calle que recorrió el divino Mártir, camino del Calvario; aquel que se divisa desde aquí es el valle de Josafat; aquel jardín es el de Getsemaní y aquella cima radiosa es el Olivete.
EXCURSIÓN INTERESANTE.
Uno de los santuarios más venerandos de Palestina es el huerto de Getsemaní y la llamada Gruta de la Agonía. Partiendo del convento de la Flagelación, salimos por la puerta oriental de San Esteban, que allí es conocida con el nombre de Bab Sitti Mariam (Puerta de la Señora María). Bajamos la pendiente y fuimos a dar en el santuario griego de la Lapidación de San Esteban, que viene a caer en la parte baja de la antigua escalinata que desde las del Templo descendía al Valle de Josafat. Es allí donde, según los griegos, el santo Diácono fué lapidado, "en frene de Getsemaní", según frase de un antiguo peregrino anterior al siglo VII. Los griegos cismáticos han edificado en aquel lugar un pequeño santuario, bastante maltratado por cierto.
DE ANÁS A CAIFÁS.
-Ahora, nos dijo el P. Carnero, vamos de Anás a Caifás.
Lo primero que se encuentra al llegar a la Casa de Caifás, es un átrio cubierto de magníficas lápidas sepulcrales, y que forma el antiguo cementerio de los patriarcas armenios de Jerusalén. Allí se enseña una capilla llamada la Prisión del Señor (Habs el Messieh) que ocupa el sitio donde estuvo nuestro Señor encerrado desde que fué condenado por el Sanhedrín hasta que amaneció. En el altar de esta capilla se conserva un trozo de piedra redonda que cerraba el sepulcro de Cristo. De esta piedra, ya hemos dicho que un trozo se venera en la capilla del Ángel, en el sagrado edículo del Santo Sepulcro. El trozo mayor, que es éste que poseen los armenios, está colocado sobre el altar y tiene unos ocho palmos de largo por cinco de ancho y tres de espesor., justificando así el dictado de magnus valde que se aplica San Marcos. Junto a la puerta de la iglesia se ve una columna, sobre la cual, dicen que cantó el gallo que recordó a San Pedro la predicción de su divino Maestro.
LA MEZQUITA DE OMAR.
Muy bajito, para no despertar la suspicacia de los musulmanes, rezamos las oraciones prescritas para ganar la indulgencia plenaria concedida a los que visiten aquel lugar de tan conmovedores recuerdos para el cristiano. Y luego, dejándonos llevar por nuestros guías, comenzamos a recorrer las diversas estaciones que la fantasía musulmana ha establecido dentro de la mezquita de Omar.
-Aquí, nos decían nuestros guías, en un italiano en donde el francés se mezclaba deplorablemente, aquí fué donde Mahoma subió con su yegua blanca El Borak.
-Estos agujeros, nos decían señalándonos unas cavidades naturales abiertas en la Roca, en el Sakha, fueron hechos por los dedos del arcángel San Gabriel, quien necesitó de toda su fuerza para sujetar a la Roca que se iba detrás de Mahoma en su ascensión a los cielos. Don Alejandro y yo nos miramos, y sin pestañear, sin hacernos ni siquiera un guiño, continuamos escuchando pacientemente la letanía de los prodigios.
EN EL MONTE SIÓN.
Camino del Monte Sión a donde íbamos a visitar el Cenáculo y el templo de la Dormición de la Santísima Virgen, iba yo repitiendo aquel texto del Eclesiástico, que ya desde niño, aún antes de haberme adentrado en las bellezas de la lengua latina y haber comenzado el estudio de las sagradas letras, recitaba con sin igual encanto en las juntas semanales de la Congregación Mariana del Ateneo: "Et sic in Sion firmata sum. Y fijé mi estancia en el Monte Sión y fué el lugar de mi reposo la Ciudad Santa y en Jerusalén está asentado el trono mío". Así habla de sí misma la Sabiduría, aquella que se confiesa Madre del bello amor y del temor y de la ciencia y de la santa esperanza; aquella que se alzó como un hermoso olivo en los campos y como un plátano en las plazas, junto a las corrientes de las aguas; aquella que se elevó cual el cedro en el monte Líbano y cual un ciprés en el monte Sión; aquella que extendió sus ramas como una palma de Cades y como rosal plantado en Jericó; aquella que despidió perfumes embriagadores como de estoraque, de gálbano, de onique, de lágrimas de mirra, de incienso virgen y de bálsamo sin mezcla.
CONTRASTES.
He querido impresionarme con la augusta majestad que respira el Valle de la Muerte, el Valle Cedrón, el Valle de Josafat, y lo he recorrido a plena luz del día y sobre todo a plena luz de la luna. He subido y he bajado sus altozanos y me he internado en sus hipogeos, he recorrido sus vericuetos sembrados de agudísimos guijarros, y he logrado, al fin, sentir aquella honda emoción que en otros viajeros suscitó aquel valle, en donde, al decir del profeta Joel, el Señor juntará todas las naciones para juzgarlas.
DE ACÁ PARA ALLÁ.
En una de nuestras correrías, llegamos hasta la puerta de Jafa, y al sur de la misma nos mostraron la ciudadela de los turcos (El Kalaah), conocida allí como Torre de David. En esa ciudadela fué donde Herodes, el asesino de los niños inocentes, recibió a los Reyes Magos cuando éstos entraron en Jerusalén, preguntando dónde había nacido el Rey de los judíos.
ANTE DIEM FESTUM PASCHAE.
El Viernes de Dolores cumplía una semana justa de nuestra llegada a Jerusalén. Y aquel día tuvimos el gusto de oír la santa misa y recibir la comunión en el Monte Calvario, en el altar mismo del Stabat Mater que ocupa el lugar en donde la Santísima Virgen permaneció durante las tres horas de la agonía del divino Redentor.
EL JUEVES SANTO EN JERUSALÉN.
Durante la misa de aquel día, la schola cantorum había ejecutado la preciosa partitura de P. Dentella, con el Credo de Conze. Para la comunión del clero y del pueblo, se interprestaron variados y selectísimos motetes de los maestros Palestrina, Victoria, Martini, Lama, aventajado alumno del Orfelinato de Franciscanos en Jerusalén, y el P. Cristóforo, el benemérito director de la schola. En la procesión tuvimos el gusto de escuchar el inspirado Pangue lingua de Frapiccini, a cinco voces.
De vuelta al convento de la Flagelación, nos enteramos de la noticia esparcida ya en Jerusalén, de la muerte del infortunado Presidente del Consejo de Ministros de España, don Eduardo Dato, que había caído en Madrid el día 8 de aquel mes, víctima de los tiros de la demagogia.
EL VIERNES DE LA PARASCEVE.
¡Oh las monjas de Jerusalén! Las había allí de todos los colores, de todas las nacionalidades, de un sin fin de órdenes y congregaciones y hermandades. Hábitos blancos, negros, azules, morados, pardos, cenicientos, de todo había en aquel inmenso ejército. Y a todas horas se las veía en Jerusalén, aún cuando, fuese a las horas avanzadas de la noche, yendo de aquí para allá, correteando por calles y plazas, visitando santuario tras santuario, una iglesia detrás de otra iglesia, siempre aprisa, siempre con la misma movilidad, con los mismos deseos de ganar los mejores puestos, con la misma táctica de codos, que ellas pretendían neutralizar con el eterno ¡pardon! que brotaba de sus labios.
LAS FIESTAS PASCUALES.
Nosotros, a quienes nos quedaban pocas horas de descanso, caímos sobre nuestros lechos y dormimos escasamente unas cuatro horas. A las once en punto de la noche, las campanas de los franciscanos comenzaron a repicar y nosotros nos levantamos y comenzamos a vestirnos para asistir a los Maitines de la Resurrección. Al abrir la puerta de nuestra celda, un espectáculo imponente hirió nuestros ojos. Toda la fachada del Sacro Edículo resplandecía como un ascua refulgente con los centenares de lámparas de plata y oro en donde se quemaban aceites odoríferos, con los miles de cirios de los armenios y de los griegos. La puerta de la capilla del Ángel, abierta de par en par, dejaba ver la Cámara Sepulcral también iluminada con profusión. Delante del Sacro Edículo se había erigido el altar de plata que se usó para la misa pontifical del Jueves Santo.
MARCHEMOS A BELÉN.
Estábamos casi a mitad de camino. Atrás quedaba Jerusalén, delante se desarrollaba a nuestra vista el magnífico panorama de la ciudad de Belén, la casa de Pan, de la Escritura, el Beit-Lahm de los árabes. ¡Belén! repiten nuestros labios y resuena en el fondo de nuestras almas. Y embargados de una intensa emoción, abrimos nuestro Breviario y comenzamos a leer, a saborear, casi diríamos a paladear, aquellos himnos tan graciosos, tan inspirados, dedicados a Jesús y a su nacimiento: Verbum supernum-A solis ortu-Jesu, redemptor omniumJesu, dulcis memoria-Jesu, Rex admirabulis-Jesu, decus angelicum.
JUNTO A LA CUNA DE CRISTO.
Frente al altar del Pesebre, hay otro santuario exclusivamente de los latino, que se llama el Altar de los Reyes Magos, porque es tradición que allí fué dichosísimos príncipes tuvieron el honor de ofrecer sus ricos presentes al Dios humanado. Al fondo de la Gruta de la Navidad hay un pequeño pozo que según la tradición, se abrió allí providencialmente para subvenir a las necesidades de la Sacra Familia. Los griegos, trapaceros como siempre, hacen creer a sus adeptos que en aquel pozo se sumió la estrella que hasta allí había conducido a los Reyes Mayos (!).
UN DÍA MÁS EN BELÉN.
Amanecía apenas el 16 de Marzo, cuando los dos filipinos nos dirigimos a la Gruta de la Natividad. Era aquel un día harto señalado, para que pasase sin especial mención por parte nuestra. A luenga distancia de nuestra querida patria, queríamos celebrar la fecha del Cuarto Centenario del descubrimiento de las Islas Filipinas por el ilustre navegante portugués, Hernando de Magallanes, y era para nosotros motivo de especial emoción el celebrar es fiesta junto a la cuna de Cristo, de donde dimanó toda civilización y todo progreso. Por dicha nuestra un sacerdote maronita católico se dirigía a celebrar su misa en el altar de San José, y allá fuimos detrás de él, complaciéndonos en poder contemplar, por vez primera, uno de los ritos más interesantes de las iglesias orientales. No somos nosotros de los que sueñan con suprimir esa variedad de ritos, unificando a todos los sacerdotes católicos en el modo de celebrar la misa.
AIN-KAREM.
En el momento en que nosotros llegábamos a la hermosa iglesia de San Juan, erigida sobre la casa que en la ciudad de Karem tenía el Profeta Zacarías, la reducida feligresía católica congregada en el templo, cantaba una hermosa letanía después de la cual se procedió a la reserva de Su Divina Majestad. Felicitamos al Padre Urrigoitia por la compostura y devoción de sus feligreses presentes en la iglesia y luego nos detuvimos a contemplar la pequeña estatua de mármol de San Juan, niño, que se levantaba sobre la pila del agua bendita.
EN LA PATRIA DEL BAUTISTA.
Al entrar nosotros en el templo aquella mañana salía a decir en la gruta del Nacimiento de San Juan, un sacerdote del rito siriaco, el P, ABD-El-Massih Zahre, profesor en la escuela de los Franciscanos de Ain-Karem.
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La casulla que usaba el celebrante era de color de rosa y se parecía mucho a las casullas góticas que después nos enseñaron en los Capuchinos de la Diagonal de Barcelona y en el preclaro cenobio benedictino de las montañas de Montserrat. Nos fijamos que sobre la hostia, el celebrante colocaba una a modo de corona de oro, quizás para preservar del polvo la sagrada Forma, o quizás para evitar que ésta volase en caso de soplar fuerte viento. Al igual que en Belén nos quedamos con las ganas de recibir la comunión bajo las dos especies, tal como el celebrante la administró al acólito.
EL MONTE CARMELO.
Aquella misma tarde que llegamos, emprendimos en carroza la subida al Carmelo. La famosa montaña se nos ofrecía sugestiva, encantadora, con su tapiz de menuda yerba esmaltada de mil variadas florecillas, con sus suaves declives, con sus puntos de vista a cual más encantadores, con su prestigio milenario, con su gloriosa historia, no superada por ninguna otra montaña de la tierra. En hebreo, Carmelo significa huerto y allí fué donde el Profeta Elías realizó varios de sus hachos más asombrosos, razón por la cual hasta ahora es llamada Montaña de San Elías, Djebel Mar Elias.
NAZARET.
Más de las 5 de la tarde eran ya, cuando después de habernos impacientado cien veces y haber apostrofado otras tantas a nuestro imperturbable auriga, pasada la garganta del Uadi el Emir, tras un brusco giro, apareció a nuestra vista el gracioso panorama de Nazaret. Allí estaba la ciudad bendita, aureolada de intensa poesía, la ciudad en donde , según la expresión del Dante, Gabrielo aperse le ali.
EN LA CIUDAD DEL NAZARENO.
Una vez en la población, el Padre Resende nos llevó a visitar la Sinagoga, a donde llegamos al través de los bazares establecidos en aquellas tortuosas calles de Nazaret. Allí está erigida la iglesia parroquial de los griegos católicos, y en una capilla situada a la izquierda, muéstrase el lugar tradicional que ocupaba la Sinagoga de Nazaret en donde Jesucristo, según refiere San Lucas, entró un sábado e interpretó, aplicándosela a sí mismo, la porfecía de Isaías: "El Espíritu del Señor sobre mí; él me ha enviado a evangelizar a los pobres, a curar a los de corazón contrito, a anunciar la libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a redimir a los que están oprimidos y a prolongar el año de las misericordias del Señor y el día de la retribución".
ÚLTIMOS DÍAS EN PALESTINA.
El Tabor comparte con el Garicín, El Sinaí y el Olivete, el nombre de Djebel el Tur, la montaña por excelencia, la montaña santa.
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Al dar por terminadas estas narraciones que abrazan todo mi viaje por Palestina, séame lícito cerrar este libro con las palabras casi proféticas, consignadas en el Proemio, siquiera porque las ha revestido de inquietante actualidad la sombro pavorosa de la desgracia que otra vez agita sus negras alas sobre mi abatida frente: "Y ahora, ya pueden rugir los vendavales de la tribulación sobre mi alma; ya pueden azotar mi espíritu las ráfagas de la desgracia, los huracanes del infortunio. ¡No los temo! Cuando mi alma se anegue en mares de sufrimiento, cuando mi corazón esté a punto de estallar bajo la garra del dolor, siempre será un consuelo para mí ¡consuelo inefable! el pensar que mis labios se han posado sobre el sepulcro de Cristo, que mis lágrimas han corrido sobre la dura roca del Calvario, mezclándose con las lágrimas de mi madre y con la sangre de mi Dios".
FIN.
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