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MEMORIAS DEL CAUTIVERIO. (Páginas de la revolución filipina)

    Con el paso de los años poco a poco se va desvaneciendo la memoria de los hechos ocurridos. ¿Qué recuerdos quedan de  la revolución katipunera en Filipinas? Aquello que a las élites les interesa, Rizal, Bonifacio y un poco de Aguinaldo. Todo son loas al progreso que trajeron los amerikanos, (habla inglés para que no sepas lo que dices, blanquea tu piel para ser más guapo, consume productos importados y desprecia los autóctonos, abandona el catolicismo y hazte protestante). Y de España ¿Qué se recuerda? ¿De España? Ah... sí, que los españoles mataron a Rizal. Y a Bonifacio ¿Quién lo mató?. Eh, bueno, está usted muy preguntón.

   El KATIPUNAN, movimiento esencialmente racista y ateo provocó un baño de sangre, sobre todo en la parte norte y central de la isla de Luzón. Sus principales objetivos fueron la población blanca y mestiza, así como todo lo católico.

   Tras la pacificación impuesta por las tropas de ocupación americanas fueron saliendo a la luz escritos denunciando los asesinatos, robos, torturas, etc., cometidos por los katipuneros. Uno de esos escritos, titulado "MEMORIA DEL CAUTIVERIO", se lo debemos al P., Graciano Martínez O.,S., A.,  en las páginas 121, 122, y 123 escribe lo que sigue.

 < Hacia los primeros días de este mes infausto, mientras los Padres gemían en la cárcel, en el convento desarrollábase un drama tenebroso, cuyas espeluznantes escenas al propio Montepín infundieran espanto.

   El teniente de la Guardia civil don Salvador Piera, comandante del puesto de Aparri, el mismo que al ver inútil toda resistencia, y cediendo á insistentes ruegos de los españoles y naturales, había rendido aquella plaza con honrosas condiciones, que después de firmadas el catipunan no respetó, había sido requerido por Villa, autoridad militar de la Isabela. Allí iba á suceder algo terrible que al mismo Piera no se le ocultaba, pues diz que al salir de Aparri corrió á postrarse ante un confesionario, donde con el representante de Dios ventiló cristianamente el importante negocio de su conciencia.

   Con efecto, cuando hubo llegado á Ilagan, lleváronlo al convento en una de cuyas habitaciones se le incomunicó. Al poco rato tres ó cuatro fieras vilísimas, que no merecen al dictado de hambres, amarráronle con fuertes ataduras y colgáronle de una viga. Entonces comenzaron á acriminarle por haber perseguido a cierto masón, sujetándole á los torturamientos más espantosos. La pluma resístese a consignar tantas atrocidades. ¡Tres días se le tuvo en aquella postura, martirizándole sin cesar sus viles asesinos! Aun se nos erizan los cabellos con la representación de tantos crímenes. Los gritos desgarradores que exhalaba aquel desdichado, presa de tan bárbaros tormentos, oíanse en toda la población y llenaban de pánico todos los hogares.

   En las altas horas de la noches que eran las escogidas por aquellos alevosos para darle el trato de cuerda; pero de modo tan horrible que todos los cuadros que de esta clase de tormentos trazaron en patibularias narraciones los calumniadores del Santo Oficio, resultaban palidísimos en comparanza de los detalles atroces con que aquí se practicaba; á cada violenta sacudida; sintiendo desencajándole los huesos: ¡Por Dios, por Dios! -exclamaba aquel infeliz. Y este grito tremebundo repercutiendo en los ámbitos de la cárcel, cuentan los Padres allí prisioneros que se les helaba la sangre en las venas.

   Al tercer día, cuando aquellas hienas enfurecidas parecían haber saciado su furor satánico; cuando ya le habían metido por los ojos un hierro candente, teniéndolo en ellos hasta dejar las cuencas vacías, el pobre mártir, presa acaso del delirio, gritó que tenía hambre y...-hay que decirlo, porque más vale vergüenza en cara que mancilla en corazón-uno de aquellos sicarios, cortóle un pedazo de carne del muslo, atrevióse á llevárselo á la boca! Por fin la noche del día siete y ya á horas muy avanzadas unos cuantos miserables sepultaban en la huerta del convento un cuerpo que goteaba sangre caliente y de cuyos labios aun se escapaban gemebundos ayes...

   Desde aquella noche las sombras, quizá espantadas de la realidad, corrieron un velo oscuro sobre el asunto -Piera. No seré yo quien lo descorra. ¡Quédese ocultos en el misterio los hórridos pormenores de aquella tragedia, baldón eterno de una raza, y anatema el más terrible de una revolución que no ha hecho otra cosa que sembrar á granel crímenes y salvajadas!>

   


      En el libro aparecen muchos más ejemplos de las atrocidades cometidas por el Katipunan, bien es verdad que también aparecen los nombres de muchos los filipinos, como por ejemplo Lorenzo Dehesa y la familia de Antonio Pablo de Aparri, Dª., Sixta del Rosario de Manila, D., Luis Santos  y la familia de D., Juan Picó de Santa María, y un largo etcétera   que ayudaron a religiosos,  soldados, funcionarios, comerciantes, hacenderos, y a las familias de estos a soportar los rigores de la guerra.



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