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DON JOSÉ MARÍA ROMERO SALAS

    Don José María Romero Salas es el título de uno de los uno treinta y tres capítulos que componen el libro "DISCURSOS Y ENSAYOS (Temarios y Vida Filipina)", escrito por D., Manuel C., Briones y publicado en Madrid en 1.955 con prólogo del Dr., D., Gregorio Marañón.

   El senador Briones nació el uno de enero de 1.893 en Cebú y falleció el veintinueve de septiembre de 1.957. Estudió en el Colegio-Seminario de San Carlos de su ciudad natal y trabajó como periodista y editor de "La Tribuna" y "El Espectador". Con Vicente Sotto, colaboró en "Ang Suga", (La Luz), y "El Ideal", órgano del Partido Nacionalista y como editor en "La Revolución", fundado por los hermanos Filemón y Vicente Sotto. Se trasladó a Manila para cursar Derecho. Su carrera política la inicia en 1.918 al ser elegido representante por Cebú hasta 1.931. Coautor de la primera ley laboral de Filipinas. Miembro de la misión por la independencia de Filipinas en 1.930. Senador de 1.931 hasta 1.953 y uno de los redactores de la Constitución de Filipinas. Miembro de la Academia Filipina de la Lengua Española y de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias y Artes de Cádiz.

Julio, 11, 1929.

     D. JOSÉ MARÍA ROMERO SALAS

   Señoras y señores:

   Hace unos quince años, cuando el Maestro, como todos le llamábamos con amoroso vasallaje filial, cumplió sus sesenta, los periodistas de Cebú, secundando una iniciativa de carácter nacional partida de esta intelectual metrópoli, celebramos una velada en el mejor coliseo de aquella ciudad del Sur para celebrar el acontecimiento y, al propio tiempo, allegar los fondos necesarios para costear un regalo que simbolizara dignamente la gratitud popular hacia el español que, sin abandonar su nacionalidad de origen y por encima de los tecnicismos limitadores del derecho, ganó entre nosotros legítima carta de ciudadanía bajo los títulos de naturalización y de una obra amasadas con la levadura de la más noble y de la más desinteresada filipinidad. 

   Fué un privilegio para mi hablar en aquella velada, como lo es ésta. Pero ¡qué diferencia de uno a otro momento, de una a otra velada! En aquella de Cebú, de hace quince años, celebramos regocijados la plenitud, el copioso vendimiar de una larga vida consagrada a las más grandes causas y a los más altos motivos e ideales; hoy asistimos, transidos de dolor, al desolado espectáculo que dejara, como luctuosa huella, la ventisca de la muerte. En aquella la acompañamos al fornido anciano cuando, en su glorioso ascendimiento a la cumbre, se tomó un pequeño descanso en un recuesto del camino para respirar hondo y fuerte y proseguir luego sin desmayos la fatigosa jornada en solicitación de más excelsas y señeras altitudes; hoy nos toca presenciar el descanso definitivo, cuando el águila caudal, rotas las recias alas, abate el vuelo hacia las planicies de la renunciación fatal e inevitable. Un solo sentimiento, una sola emoción palpita, sin embargo, en ambos momentos, y es la gratitud hacia el gran Periodista hecha rito en el santuario de nuestros más caros afectos.

   He dicho periodista, porque eso fué ante todo y sobre todo don José María Romero Salas. Abrazó el periodismo con el fervor de un apóstol y la persistencia de un obseso. Existe un decir de que el periodismo es una ancha vía que conduce a todas las cumbres ya todas las Arcadias, con tal de dejarlo a tiempo. Esta voz de sirena nunca le tentó, sin embargo, a aquel forzado del corondel. Tierra ingrata, negadora de bienandanzas materiales como es el periodismo romántico que roturara y cultivara, nunca levantó de ella la reja de su arado, hundiendo obstinadamente en el surco los pies hasta que su régimen, como él decía, roto y deshecho, le impidiera en absoluto seguir labrando la menguada era. No era de la raza de aquellos hombres de la Conquista que, al surcar los mares ignotos, soñaban en llenar sus bajeles de oro y rica especiería; era más bien de la condición del caballero manchego que se bebía vientos de ideal y de ensoñación ... Por eso se entregó al periodismo en cuerpo y alma, sin reserva, sin providentes previsiones. Ni siquiera tuvo vagar y tiempo para fijar las irisaciones de su alma privilegiada en forma definitiva y permanente como es el libro: la galerada diaria, tiránica y dominadora. ¡Cuánta energía y cuánto ingenio consumidos en ese bregar diario y duro, magramente recompensado en gloria y materialidad, de casi medio siglo!

                       

   La deuda de España y de Filipinas a Romero Salas se aquilata mejor si se tiene en cuenta que, poseyendo un talento y unos dones de escritor y de hombre que le hubieran capacitado en su propio país a escalar las más elevadas preeminencias (pues otros con mucho menos bagaje las escalaron), prefirió, sin embargo, levantar definitivamente su tienda en este suelo para empeñar las energías superiores de su alma en la gran obra de su vida, la de reconciliación y convivencia y supervivencia espiritual de España en Filipinas, después de rotas las ligaduras contingentes de la asociación política. Clarividente e intuitivo -que ese fué su don más destacado y esencial por encima de la preparación cultural artificiosa y libresca- vió que el periodismo era el mejor instrumento para esa obra, y por eso lo abrazó fuertemente  con la abnegación y el desinterés característico de su raza. Para el evangelio que iba a predicar -evangelio de amor, de generoso olvido de pasados agravios y errores- no había, en verdad, mejor tribuna que el periódico. Sabía que la hoja volandera es doctrina y es acción al proio tiempo. Adoctrinó y luchó, en efecto. Su doctrina y programa de acción giraban alrededor de los siguientes postulados: que tres siglos de común historia había entretejido entre España y Filipinas, no sólo cierta solidaridad de intereses materiales, sino principalmente un seleccionado cañamazo de altos valores espirituales y culturales basados en la religión, en la lengua y en ciertas maneras de visualizar y enfocar los problemas de la vida y del espíritu; que España no perseguía en Filipinas ningún ideal de retorno político, sino tan sólo el mantenimiento de relaciones comerciales y culturales; que España, como una buena y amantísima madre, no podía desear para Filipinas, la hija dilecta, otra cosa que no fuera su felicidad y la plena realización de sus aspiraciones fundamentales. Dentro de las delicadezas y limitaciones de una obligada posición neutral, el llorado Maestro abordó constantemente estos temas con aquella maestría y aquel estilo que hacían de sus <Últimas Cuartillas> joyas primorosas de  pensamiento y de forma.

   Esta obra de reconciliación y de convivencia y supervivencia, como ha afirmado acertadamente en su hermosa oración el académico señor Guillermo Gómez, dió sus frutos con una celeridad y una eficacia de que hay pocos ejemplos en la historia de los pueblos descuajados de una secular asociación por las violencias de una guerra. Mucho antes de que el gran periodista muriera, la reconciliación tan ansiada por él entre ambos pueblos, el español y el filipino, ya era una hermosa realidad, y cierto género de literatura y de chauvinismo que hacía alarde de la diatriba y del desprecio contra todo lo español había desaparecido para siempre no sólo como ignominioso padrón de mala crianza y de ingratitud, sino de vergonzante e imperdonable incultura. En su lugar, una vigorosa inclinación a hacer justicia a la formidable obra de España en Filipinas se ha ido delineando, y hoy vemos que reivindican esa obra no sólo la generación de filipinos que se nutrió espiritualmente en la ubres de la llamada cultura hispana, sino también la generación que ha estructurado su mentalidad y su formación sobre cimientos de hechura norteamericana. Cierto es que el fondo de todo este proceso reivindicatorio han sido, por un lado, los méritos intrínsecos de la misma historia de España en Filipinas, y por otro, la disposición natural de nuestro pueblo hacia la justicia, la generosidad y la gratitud; pero es indudable que el papel decisivo lo desempeñaron el cerebro y el corazón luminosos de don José María Romero Salas.

   Pero si la obra de solidaridad histórica de Romero fué grande, y por ella le deben una deuda común españoles y filipinos, su obra que podríamos llamar netamente filipina no fué menos grande. Tuvo el raro privilegio de poder hablar de nuestros asuntos exclusivos, y aún de disentir a veces de nosotros, sin que por ello provocase suspicacias, rencores ni resentimientos. Su tribuna diaria fué muchas veces una columna de fuego que orientó a nuestro pueblo en el camino de su felicidad y de su libertad; pero aún en la disidencia, acogíamos sus consejos con la buena voluntad con que se acoge la voz, más que de un amigo, de un hermano. Este poderoso ascendiente moral, esta superior autoridad que los propios escatiman aún a los de su raza, se la dieron a Romero su inmenso amor a este país sometido a diferentes pruebas y en adversas circunstancias -antes, en y después de la crisis de 1898- , la grandeza de su carácter y la intuición luminosa de su singular pluma. Por eso con justa propiedad pudo decir en su <Última Cuartilla> al irse de nuestras playas para no volver más: <Cuando salga el lunes y pase Corregidor no habré salido aún de Filipinas. Seguiré identificado con el país, porque en él dejo mi hogar levantado y mis hijos que, caldeados en el sentimiento de amor a Filipinas, le seguirán queriendo. No estaré ausente; en mi camino y en mi destino estará la prolongación de Filipinas.>

                                                       * * * * * * * * * * * * * * 

   Ha desaparecido de la escena del mundo el más alto monarca de la soberanía espiritual de España en Filipinas. También ha desaparecido el español, que acaso más amara a este país. La herencia moral y espiritual que ha dejado, preñada de altos prestigios, pero también de graves responsabilidades, no es para recibida  y sobrellevada por un solo hombre por grande que fuese, así sea español, así sea filipino. La tarea de conservarla, y más aún de acrecentarla, no es tarea para individuos, sino para pueblos. Por eso en esta hora reverente en que glorificamos la memoria del ilustre finado, españoles y filipinos debemos empeñar la solemne promesa de recibir esa herencia y transmitirla mejorada y multiplicada al porvenir, para gloria y provecho de ambas patrias, la patria española y la patria filipina, que fueron los dos más grandes amores del genial e inolvidable periodista.

   José María Romero Salas fundó en 1.899 el "El Correo de Oriente"; luego pasó al "Diario de Manila"; y más tarde a "El Mercantil". Autor además de "España en China. Crónica de un viaje" (1.921).

   Posdata: Los ciudadanos cubanos hartos de ver pisoteados sus derechos, y de no poder llevarse a la boca un mendrugo de pan se han echado a las calles exigiendo libertad. Claro, el buen comunista se pregunta, LIBERTAD, ¿para qué? El régimen comunistas reprime a palos y balas, no sabe hacer otra cosa. Hoy es Cuba, hace unos días era Nicaragua, el robo en las elecciones presidenciales en Perú, la continua represión en  Venezuela, el ametrallamiento del helicóptero en el que viajaba el presidente de Colombia, las algaradas en Chile, México tomado por las mafias de la droga, Bolivia asolada por el comunista travestido de indigenista Morales, Argentina oficialmente en bancarrota. España, donde las leyes de género, eutanasia, memoria histórica, aborto, seguridad nacional, y el Tribunal Constitucional a las órdenes de los social-comunistas-terroristas-independentistas va camino de convertirse en un estado soviético.

   Que sepan todos estos malnacidos, lo saben porque sus fortunas "personales" siempre las guardan fuera de sus países, que el SER HUMANO, creado a imagen y semejanza de Dios nunca se doblegará. 

   ¡VIVA EL REY!   

   LAUS DEO.

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