En la edición de 1.975 del Premio Zóbel fue premiada la comedia filipina en tres actos,"El Caserón", de D., Guillermo Gómez Rivera.
Luis Nareto escribe sobre D., Guillermo en la introducción de la obra en estos términos: <Guillermo Gómez Rivera ocupa puestos de responsabilidad, prepara una revista, escribe una comedia, siempre anda metido en mil danzas y andanzas. Es un reguero de pólvora, batallador incansable, cuyo amor a todo lo español, en particular la literatura y el baile folklórico y artístico, es ya tradición en él>.
En el prólogo, el autor denomina su obra como <ensayo dramático>, y nos da las claves para comprender el motivo de su trabajo.
<El concepto que se ha formado, y sigue formándose, de la dominación norteamericana sobre Filipinas -tan inmaculadamente descrita por "nuestros modernos historiadores"- parece darnos a entender que los filipinos de aquellos tiempos aceptaron sin cuestión: motivo para que los pseudofilipinos de hogaño alardeen que "fue precisamente durante aquella época norteamericana en el que el alma nacional del filipino se formó. De esta manera omiten, maliciosamente, la contribución fundamental de España a la formación peculiar de nuestro carácter nacional>.
Al abrirse el telón, se verá el jardín que da hacia el postigo de la casa solariega de los Guevara.
Entre maceteras cubiertas de rosas y bu
ganvillas, estará un banco de piedra. Adelaida Guevara, vestida con un traje de mestiza lila pálido y azul marino conservador, estará seguida por Rodrigo de la Cuesta que viste un terno oscuro de americana. Lleva una corbata ancha. Rojiza- Adelaida se para ante el banco.
ganvillas, estará un banco de piedra. Adelaida Guevara, vestida con un traje de mestiza lila pálido y azul marino conservador, estará seguida por Rodrigo de la Cuesta que viste un terno oscuro de americana. Lleva una corbata ancha. Rojiza- Adelaida se para ante el banco.
ESCENA PRIMERA
-Rodrigo.- Adelaida...
-Adelaida.- (Algo sarcástica.) ¿Si, Rodrigo...?
-Rodrigo.- ¿Cuándo dejarás de ignorarme?
-Adelaida.- (Fingiendo sorpresa.) ¿Ignorarte?
-Rodrigo.- Han pasado años, Adelaida. Sigo queriéndote. ¿Cuándo serás mi esposa?
-Adelaida.- Jamás te hice promesas en el pasado. Por el contrario siempre te estuve diciendo que mi corazón ya está entregado a un amor con miras más altas que las del matrimonio. (Se sienta en el banco.)
-Rodrigo.- (Sentándose a su lado. Ella, alejándose.) ¿Es que es un voto de castidad eso?
-Adelaida.-Casi. El carácter, quizá, algo fuerte, que heredé de mis mayores se impone sobre todo: amor a un esposo; mi misma vida y mi misma muerte.
-Rodrigo.- Sigues siendo la romántica de siempre. Romántica; pero sin un amor que alimente tu corazón.
-Adelaida.- Mi corazón se alimenta mejor con el ideal de la poesía épica. La que solivianta en mis ánimos étnicos; el amor propio nacionalista.
-Rodrigo.-¿Qué ideal poético podría ser más épico que el amor entre dos seres como lo somos tú y yo?
-Adelaida.-(Levantándose del banco.) Lo que es ideal épico o vigoroso para ti, es poesía débil para mi. Tu ideal poético me acobardaría. Nuestra patria necesita de amores, de poesías, que rediman.
-Rodrigo.- (Volviéndose sarcástico también.) ¿Es que tu te crees la reencarnación de la patria.
-Adelaida.- (Burlona.) Sola y libre, soy verbo que redime. Casada y domesticada, sería mariposa clavada en una obscura pared.
-Rodrigo.- (Levantándose irritado.) ¡Es incomprensible como una mujer, sana y fuerte como tú, no desee mi amor, ni mi matrimonio, ni un modesto hogar!
-Adelaida.-(Seria.) La misión que heredé de mis mayores reclama cada minuto de mi vida.
-Rodrigo.- Y, ¿Qué misión puede tener una mujer que la de ser madre y colaboradora del hombre?
-Adelaida.-(Burlona otra vez.) Como ves, no todas las mujeres están destinadas a ser madres o esposas. Soy la última de los Guevara. Fuera de dos ancianos tíos, nadie de los de la "nueva" generación de los Guevara continúa la cultura que nos hizo, y nos hace, filipinos.
-Rodrigo.- (Acercándose a ella. Suplicante.) No... Tú, Adelaida, no eres la última de los Guevara. Ahí están tus hermanos, Teófilo y Ataúlfo. Cada uno tiene prole a quienes legar el honroso apellido. Despiértate y vente conmigo a la realidad. Mi amor te hará feliz.
-Adelaida.- (Serena.) ¿No crees que ya es algo tarde para mi pensar en el matrimonio?
-Rodrigo.- (Acercándose más a ella.) Para el amor y la felicidad nunca es tarde. Son esas ideas tuyas las que te alejan de mi.
-Adelaida.- (Evasiva.) Es verdad que tengo dos hermanos, pero se creen con derecho de vender la casa solariega de nuestros antepasados y dejar en la calle a nuestros tíos y todo lo que representan.
-Rodrigo.- Si hay buen precio, se les puede dar algo a vuestros tíos.
-Adelaida.- Pero eso no es todo. Lo quieren vender a un norteamericano, o a un chino. Y ambos piensan hacer de este recuerdo santo de nuestros padres y abuelos un vulgar cabaret de bailarinas, de tahúres y de otros tipos viciosos.
-Rodrigo.- Los tiempos han cambiado y, con él, muchos valores humanos. Vender esta casa al mejor postor y así te vienes a vivir conmigo como ama y señora de mi hogar. Y, contigo, que también vengan sus tíos.
-Adelaida.-Agradezco tu oferta. Pero, esta casa solariega, sus reliquias y sus recuerdos, todo su simbolismo, no tiene su contrapeso en oro. Es toda nuestra vida, todo nuestro origen y todo nuestro ser. Y, mis hermanos, los desgraciados, están dispuestos a pisotearlo todo por unos misérrimos pesos.
-Rodrigo.- Esas cosas intangibles ya no sirven en estos días.
-Adelaida.-Teniendo en cuenta tu pericia en el negocio, en lo material, comprendo lo remoto que es para ti, digamos, la poesía.
Rodrigo.- La literatura está bien para los que quieren distraerse un poco.
-Adelaida.- Te pregunto: ¿te das cuenta que tío Pepe es un gran poeta?
-Rodrigo.- Bueno. ¿Y qué? ¿De qué nos sirve eso?
-Adelaida.- Para dar fama y honra a nuestra patria por el mundo. ¿Te parece poco?
-Rodrigo.-Pero, ¿es que hay quienes le prohíben a tu señor tío ser poeta?
-Adelaida.- ¡Sí! Todo este régimen extranjero y el ambiente cultural suyo que nos viene imponiendo. Si las poesías de Rizal no son entendidas por esta juventud sajonizada, ¿para que ha de pulsar su lira mi tío Pepe?
-Rodrigo.-(Algo exasperado.) Y ¿Qué diferencia puede haber entre unos versos de Rizal, o de tu tío, con los actuales adelantos del filipino?
-Adelaida.- (Sarcástica.) ¿Llamas adelanto esta nueva esclavitud de nuestro pueblo? ¿Es adelanto esa incapacidad de conservar nuestra cultura e identidad nacionales y defender lo que es nuestro patrimonio
nacional?
-Rodrigo.- No veo la razón por que ha de preocuparte a ti esa cultura e identidad nacionales. Ese nuevo colonialismo.
-Adelaida.- Y tita Luz, compositora y pianista de concierto, muy conocida y aplaudida en Madrid, y París, se siente enrarecida frente a esas disonancias del "jazz" invasor. Lo que es peor es que esa misma juventud nuestra se olvida de todo lo propio, incluyendo la música filipina.
-Rodrigo.- En una edad moderna donde el progreso de una nación se mide por sus industrias y su comercio, las artes tienen que verse arrinconadas de momento.
-Adelaida.- ¿No podría permitirse una aceptable simbiosis entre el comercio y el arte? ¿Entre la ciencia y la cultura? ¿Es que toda la vida humana acabará por reducirse en una transacción comercial?
-Rodrigo.- Las artes no tienen lugar en una sociedad pobre.
-Adelaida.- El hombre no vive sólo de pan. Mas que los ricos, son los pobres los que necesitan de las arte a manera de consuelo y un poco de alegría en la vida. Pues la pobreza, pese a la gran U.S.A. es imposible de erradicar. Lo que ocurre es que la sociedad va embruteciéndose por vivir en ignorancia de lo que es arte en general. Y al embrutecerse, pierde sus ideales.
-Rodrigo.- Pues bien. Eso ocurre. Y ¿Qué te importa a ti eso?
-Adelaida.- Mucho. Me importa mucho porque mucho me afecta. Nos afecta a todos. Hasta a ti. Mira como quieren vender mis hermanos esta casa ancestral a extranjeros. Esa carencia de sentimiento de familia se debe a esta nueva ola de paganismo, de materialismo, de deshumanización . . .
-Rodrigo.-¿Es que nunca te podré convencer de lo que es realidad? El tiempo cambia y hay que adaptarse a él.
-Adelaida.- ¿De qué realidad me vienes hablando? ¿De esta nueva esclavitud de la conciencia nacional? Nos han prohibido el himno nacional, la bandera y el idioma castellano. ¿De qué más nos han de prohibir más tarde?
-Rodrigo.- Cuando tengamos nuestro propio hogar y nuestros hijos, ya olvidarás esos sentimientos imprácticos.
-Adelaida.- ¿Así consideras mi sentido de tradición y mi lealtad a mi familia y patria?
-Rodrigo.- Adelaida, mi vida, comprende. Te lo digo así porque deseo salvarte de ese anacronismo que te roe la juventud y que se interpone al cariño que siento por ti.
-Adelaida.- (Altiva.) Cuando los hombres más llamados a defender nuestros hogares, a nuestra misma patria, no responden a la llamada, nosotras, las pobres mujeres, tenemos que hacer sus veces en la primera línea de resistencia.
-Rodrigo.- (Condescendiente.) Bueno. Admito ese tesón que tienes; pero creo que no es para tanto.
-Adelaida.- (Aún altiva.) Te advierto que esta lucha no es solamente mía, ni de mi familia. Ya llegará el día en que te afectará directamente...
-Rodrigo.- ¿Más afectado de lo que estoy? Por ti...
-Adelaida.- Frente a un invasor que nos está destruyendo el alma nacional mediante un sistema de educación extranjerizante, ¿Cómo pueden, hombres como tú, cruzarse de brazos?
-Rodrigo.- ¡Adelaida! ¡Qué me ofendes! Si tienes algún agravio en contra de tus hermanos, no ultrajes la hombría de los demás...
-Adelaida.- (Serenándose.) Como siempre, así terminamos.
-Rodrigo.- Te ruego que me escuches.
-Adelaida.- ¿Para qué? Ya sé que me consideras una fanática, chapada a la antigua e incapaz, quizás, de fecundidad por lo que necesito alguna limosna de amor. ¿Tu amor?
-Rodrigo.- ¡Yerras miserablemente, mujer!
-Adelaida.- (Serena.) ¡No yerro! El amor no es sólo una función física. Para nosotros, las auténticas filipinas, además de unión física es unión de sentimientos, ideales y de la misma vida. Nosotras sí que sabemos amar cuando nos enamoramos. Amamos muchísimo mejor que esas descaras que ahora nos chapurrean el inglés. Esas no tienen idea de lo que es el verdadero coqueteo. Y, mucho menos de lo que es el sentido puro, y fuerte, del amor.
-Rodrigo.-Es clarísimo que tienes una misión en la vida. Pero es una misión contraproducente porque va en contra de la corriente actual. No debes hacer de tus sentimientos una plataforma política con dejes anti-amorosos.
-Adelaida.- Y, ¿Qué será eso de "plataforma política anti-amorosa"? ¿The Good Fight? Como así lo llama un político actual.
-Rodrigo.-¿No podrías, por sólo un instante, ver las cosas a mi manera? Te entiendo, por eso quiero ayudarte. Quiero que comprendas la realidad.
-Adelaida.- Que comprenda y ¿lo abandone todo? Que ¿me calle? Que ¿sea esposa y madre para que el nuevo invasor esclavice a mis hijos con su lengua atea y su sistema de explotación económica? Que ¿me los entorpezca con su deseducación? Que ¿me los desfilipinice? ¡No, gracias! Prefiero morir infecunda que ceder a mis descendientes a un colonialismo que estrangula a nuestra cultura nacional, nuestros derechos y a la misma rezón de ser de nuestra nacionalidad!
-Rodrigo.- (Algo burlón.) Pues metete a monja.
-Adelaida.- (Siguiendo la burla.) Siento no tener vocación para serlo. Mi vocación es quedarme en el mundo y fustigar contra el nuevo invasor, disfrazado de libertador nuestro ante la llamada "opresión española".
-Rodrigo.- Que más da tener encima el colonialismo norteamericano cuando lo que antes teníamos era el colonialismo español.
-Adelaida.-Son colonialismo distintos. Cada cosa en su lugar. Pero está visto que los colaboradores del nuevo invasor, en su afán de justificar la injustificada colonización actual, se apresuran a condenar la obra de España en Filipinas. No olviden que España, a pesar de sus defectos, unificó a todas las tribus pre-hispanas del archipiélago en una nación mediante el catolicismo un gobierno centralizado. Eso es el resultado del colonialismo español. Y apenas madurábamos del colonialismo español hacia nuestra independencia nacional, y viene este invasor, con el título de aliado y libertador, para luego imponernos su colonialismo destructor. Esa es nuestra historia y punto final.
-Rodrigo.- Tengo que admitir que la Srta., Adelaida Guevara no está a la zaga en el arte de la oratoria.
-Adelaida.- Gracias. Pero lo que digo no es sólo oratoria. Es la verdad. Adiós.
TODOS:
"Vibre la lengua divina
de Cervantes inmortal.
En la nación filipina,
de Burgos y de Rizal.
Cantemos filipinos
un himno de homenaje
al idioma glorioso
de nuestra libertad.
Que retumbe en nuestros valles
y en verde selvas ignotas.
Triunfe su ritmo sonoro
con rumor de tempestad.
Noble lengua del decoro
del amor y de la verdad.
Lengua noble del decoro
del amor y la verdad."
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