Con los fallecimientos del Reverendo Padre Don José Arcilla Solero el 27 de enero de 2024 y de Doña Rosalinda Orosa Luna el 13 diciembre pasado, las letras filipinas han perdido en pocos días dos de sus más veteranos adalides. Ambos pertenecieron a la Academia Filipina de la Lengua Española y galardonados con el Premio Zóbel.
José Arcilla nació el 17 de septiembre de 1927. Entró en la Compañía de Jesús en 1946; ordenado en 1960. Profesor de Teología e Historia. Impartió clases en el Ateneo de Davao y en el de Manila. Se doctoró en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid.
LA CULTURA INDÍGENA FILIPINA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX SEGÚN LOS JESUITAS
LOS JESUITAS Y LA INSTRUCCIÓN EN FILIPINAS
De hecho, no les sorprendió a los recién llegados misioneros en Manila el que la ciudad les ofreciera la dirección de la moribunda Escuela Pía. En España, antes de embarcarse para las Islas, les advirtieron precisamente esta posibilidad, y ellos tuvieron sus razones para aceptar la Escuela. Como lo explicaba el P. Cuevas, a los jesuitas en Filipinas inccumbían tres tareas: administar parroquias, dedicarse a misiones activas, y a la enseñanza. La cura animarum permanente les era prohibida por sus Constituciones y el P. Cuevas ni pensó en dicha posibilidad. Abrir misiones activas y trabajar en ellas, esto sí que formaba parte de su vocación. Y sólo esperaban finalizar algunos detalles administrativos antes de que los jesuitas se marchasen para fundarlas.
¿Qué decir de la enseñanza? La regla de la Compañía no la prohibía. En sus colegios, los jesuitas formarían aquellos que no aspiraban al sacerdocio ni a la carrera de medicina ni de abogacía. Sus colegios servirían de un modo especial de apoyo y sostén al gobierno y a la gente, cuyos hijos podrían formarse en "ideas sanas" sin necesidad de viajar a Calcuta, Singapore, o París para instruirse adecuadamente.
Pero tal vez, más peso tenía la brutal realidad de la colonia que cualquiera consideración teórica y abstracta en convencer a los nuevos misioneros para dirigir un colegio de enseñanza. El P. Juan Vidal, uno de los primeros en Filipinas en 1859, dijo sin rodeos que en todo el archipiélago filipino no existía ningún establecimiento de instrucción digno de tal nombre. El mismo Gobernador General confesaba que había escuelas en la colonia, pero éstas no se podían comparar con las de Europa ni satisfacer a los vecinos de Manila. Además habñia que promover la educación de los indios que con una sorprendente destreza aprendían fácilmente a leer y escribir a pesar de que las escuelas estaban "insuficientemente subvencionadas con los fondos locales."
Con más agudeza que el P. Vidal, el P. Cuevas criticaba las escuelas en Filipinas, diciendo que ellas no promovían el desarrollo intelectual ni literario, ni cumplían con sus deberes. Pasaban por alto la edución religiosa. Y aunque la colonia superaba a muchas naciones europeas en la capacidad de leer y escibir de la gente, las escuelas en Filipinas faltaban notablemnete en su deber de formar a la juventud "histórica y humanísticamente." La juventud apenas practivaba para "hacer comparaciones o indagar causas", no desarrollaba la memoria, tanto que muchos de los indígenas no conocían ni sus propios nombres ni los de sus propios padres. Tampoco sabían distinguir los días de la semana.
Por consiguiente, en su plan de estudios para Filipinas, el P. Cuevas subrayó la necesidad absoluta de que el catequista, por ejemplo, presentara "ejemplos de similitud y comparación para aclarar temas dudosos." La instrucción debe "cultivar las facultades morales del niño," y las escuelas deben promover la formación de "hombres de principio, honestos, laboriosos, a fin de dar cumplimiento a la labor del Creador..." No escuelas de perfección, en otras palabras, ni al contrario tan estrechas ni superficiales, sino algo más modestas y adecuadas para satisfacer las necesidades de los indígenas. Los colegios deben enseñar "lo que basta para una vida feliz y tranquila del labrador, del artesano, del soldado, del marinero, etc., incluso todo lo que se requiere para que de derecho aspiran y se preparan para la carrera del comercio o de las más altas prfesiones." Mucho más importaba el que las escuelas inculcaran "los principios y prácticas de la religión, amor a la patria, respeto a las autoridades, amor al trabajo, fomento de la vida de la familia, una conciencia de la importancia de la vida social y de la dignidad de la persona humana, es decir, promover la formación en la verdadera civilización cristiana."
En un subsiguiente debate sobre la lengua de instrucción en las escuelas filipinas, el Superior de los Jesuitas insistía que, tal como lo había siempre decretado la corona española, a los filipinos debía de enseñarse el castellano. La Junta de Instrucción recien establecida para la reforma de las escuelas ya lo había secundado por un voto unánime, pero un miembro, el P. Francisco Gaínza, O., P., futuro Obispo de Nueva Cáceres, había cambiado de parecer y retiró su voto. Temía, explicaba, los efectos consiguientes de tal medida.
Si aprendiesen el castellano, preguntaba, ¿cómo se podía frenar o restingir los filipinos que o lean libros y escritos anti-españoles o anticatólicos? Hasta entonces, los varios dialectos del país habían favorecido el regionalismo y era mucho más fácil reprimir todo intento de sublevarse. Pero, el día que realizara, decía, la solidaridad nacional, cuando a la unidad de lengua se añade la unidad de aspiraciones, aquel mismo día se verá surgir un líder de valor persuadir a una muchedumbre sin número, ya que les será posible propagar y entender cualquier proclamación inflamatoria.
Para remedir los temores del Dominicano, el P. Cuevas respondió que si los filipinos querían sublevarse, no necesitaban ni unirse ni previamanete ni aprender para poder comunicarse en un mismo idioma. Además la ley quedaba aún en vigor, y no hubo ninguna otra opción que enseñar la lengua de Cervantes por todas las colonias. De otro modo, ¿cómo mejorar la administración pública? Dada la ignorancia del castellano en toda la colonia, los oficiales civiles y eclesiásticos forzosamente dependían de intérpretes más o menos files, quedando las autoridadesw simpre un paso alejadas de la gente.
Dicho de otra manera, para Gaínza, la colonia era siempre una misión, donde la tarea principal, si no exclusiva, era propagar el Evangelio y establecer la Iglesia. Por consiguiente, cualquier peligro para la fe debía alejarse inmediatamente.
Para el Superior de los jesuitas, la cuestión de la lengua implicaba algo más básico y fundamental, es deicr, el papel de España en Filipinas. De mayor interés y aun mayor importancia era la formación académica considerada en sí misma. Por su naturaleza, toda política colonial, por mucho que oprimía, simpre redunda en benefico de la colonia. Con el tiempo, la explotación de los rcursos coloniales ocasiona el desarrollo y crecimiento progresivo de los colonizados. Y llega un tiempo cuando estos, finalmente conscientes de su propia identidad y de sus riquezas, buscan y reclaman, si no su independencia, al menos la igualdad con el poder colonial y su propio lugar en la familia de naciones. El problema pues se reduce a la cuestión de saber si el gobierno metropolitano reconoce o no esta trayectoria histórica y otorga la independencia de la colonia. Pero no es esta la misma cuestión que la del inevitable desarrollo colonial.
En la segunda mitad del siglo pasado, las Islas Filipinas ya gozaban de una cultura algo parecida a la europea medieval en el año 1000d., C., La colonia disfrutaba de una relativa paz y estabilidad política, la economía se presentaba cada vez mejor, y se sentía una unidad nacional diríase embrionaria. La colonia filipina ya estaba a punto de despegarse y modernizarse. ¿Sería entonces conveniente seguir con la política tradicional de aislamiento, apartando las islas de las nuevas corrientes modernas? O, por medio del español, ¿se permitiría a los filipinos ponerse en contacto con las másavanzadas ideas de las más progresivas naciones, aun con el riesgo de dejar entrar en la colonia toda clase de escritos anti-gubernamentales y anti-católicos? ¿Valía la pena afrontar este peligro?
Afortunadamente, la Junta, con el P. Cuevas, confirmó la primera decisión de imponer el uso del castellano en todas las escuelas de Filipinas. Desafortumadamente, varias causas, impidieron su plena realización. Siempre falto de recursos financieros, el gobierno de la colonia fue incapaz de proveer lo que un moderno programa de instrucción requería, el castellano no se propagó en el archipiélago, y no hubo el tiempo suficiente para obedecer a los mejores deseos del gobierno. En agosto de 1896, 30 años después, la revolución de Andrés Bonifacio estalló, y dos años más tarde, en el verano de 1898, los norteamericanos enarbolaron su bandera en Filipinas, poniendo fin a más de tres siglos de presencia española en el Oriente.
Sin embargo, en este breve intervalo de tiempo, los jesuitas habían dirigido dos centros de enseñanza. La Escuela Pía, unos años más tarde, el Ateneo Municipal de Manila, que en 1865, había sido levado a colegio de enseñanza secundaria, produjeron la gran mayoría de los primeros ilustrados del país, mientras que la Escuela normal de maestros de instrucción primaria, establecidad en 1865, había preparado casi todos los maestros en Filipinas.
Una semana después de la inaguración de la nueva Escuela municipal bajo la dirección de los jesuitas, un corresponsal del Boletín Oficial de Filipinas publicado en Manila escribió que los métodos de instrucción en el nuevo colegio de los jesuitas "no puede dejar de ser altamente beneficioso para la falmilia y el país. El método de enseñanza con que instruyen no puede ser mejor; en él concilian la claridad con la profundidad y hermana á la vez la sencillez de la combinación con la dulzura de la explicación; lo cual noi podrá menos de inspirar en el entendimiento de los jóvenes un vivo entusiasmo hacia el estudio y tal creemos lograrán sin transcurrir mucho tiempo los PP., de la Compañía". Mucho más tarde, el más famoso alumno del Ateneo, el héroe nacional, José Rizal, reconoció que los años más provechosos de su juventud los había pasado en el Atene. En vísperas de la última distribución de premios, de los cuales había obtenido la mauoría, escirbió:
Había entrado en el colegio niño todavía, con escasos conocimientos de la lengua española, con un entendimiento medianamente desarrollado, y sin delicadeza casi en mis sentimientos. A fuerza de estudiar, de analizarme, de aspirar á más allá y de mil correcciones íbame transformando poco á poco gracias á los benéficos influjos de un celoso Profesor.
. . . Cultivando la Poesía y la Retórica había elevado más mis sentimientos, y Virgilio, Horacio, Cicerón, y otros autores me mostraban una nueva senda por donde pudiera caminar para conseguir una de mis aspiraciones.
No solamente Rizal, sino todos los alumnos formados en el Ateneo y la Escuela Normal habían encontrado una "nueva senda por donde...caminar." Al alzarse los katipuneros contra el gobierno a fines de agosto de 1896, la primera reacción de la comunidad española en Manila fue acusar a los jesuitas de haber sido co-conspiradores, sino los iniciadores o los líderes mismos de la insurrección. Por medio de sus colegios, se propalaba, los jesuitas habían forjado la herramienta, el factor clave con que empezar la revolución. La Semana Católica, una publicación semanal de Barcelona, aùntó a la "brillante Escuela Normal de Mestros de Filipinas" que "había influído la insurrección."
Los filipinos lo veían de otro modo. Para ellos, el deber del estudio es promover la libertad de la persona, la libertad individual:
. . . esto es, libre individulamente, libre, si fuera posible, cada ser personal, lo cual sería el summumde la preponderancia del Estado. Esta libertad, que llamaremos moral, sólo puede traerla consigo una educación bien dirigida, y, sobre todo, sólida, así moral como intelectiva: único medio para que el criterio del ciudadano sea ámplio y libre, para que en sus juicios, no sea perturbado ni por ideas vanas, ni por aprensiones, ni por nergías pasionales. --La revolución tagala es, pues la más segura demostración del avance considerable que, ya antes de esa etapa, había dado el pueblo filipino en el campo de la inteligencia. -- Y ahora bien : á ¿quién debemos ese avance notable, realizado en no largo transcurso de tiempo? ¿Qué luz nos guió? ¿Qué mano cariñosa asió la nuestra para consucirnos? -- . . . fuerza es deducir que el notable cambio hase verificado desde que la ilustrada corporación de los hijos de Loyola tomó á su cargo la edución de nuestra juventud, desde que esa ilustre compañía fundó el Ateneo Municipal y la Normal.
Esto es alabar a los ¡cielos! Pero, precisamente esto había sido siempre el objetivo de los colegios de los jeuitas, el norte que orientaba la formación que los jesuitas ofrecían en sus escuelas. Como lo había ya indicado el P. Cuevas al elevar la Escuela municial al rango de colegio secundario, el fin era elevar las escuelas de su "postración o más bien de la nada en que yacían en esta desafiante colonia.
LOS JESUITAS EN LAS ISLAS FILIPINAS EN 1898
El año 1898 fue por muchas razones el final y el comienzo de una nueva era. En Inglaterra, el químico Ramsay descubrió la existencia de los gases inactivos de la atmósfera (neón, xenón y criptón). En Francia, Pedro y María Curie descubrieron el radio y el polonio. En Japón, Shiga decubrió el bacilo de la disentería. Como todos sabemos estos descubrimientos científicos introdujeron una nueva época médica.
El final de este periodo posiblemente estuvo simbolizado por la muerte de Lewis Caroll, que escribió la encantadora alegoría de Alicia en el País de las Maravillas. En cuanto a política se refiere, este fue el final del imperio español y el comienzo del imperio americano. Con mucho acierto Vicens Vives lo llamó el término del ciclo de las revoluciones (norteamericana, francesa, latinoamericana y filipina) lo que trajo consigo el ciclo de las emancipaciones coloniales empezando con la independencia de Filipinas.
En 1898, los jesuitas ejercieron una doble misión. En primer lugar, ellos fueron profesores de dos centros docentes en Manila, el ateneo Municipal y la Escuela Normal de Maestros de Instrucción Primaria. La mayoría de los líderes revolucionarios habían estudado o estaban estudiando allí (estos últimos dejaron sus estudios para participar en al revolución) y llegaron a ser los creadores de la opinión local. Esto explica el por qué los jesuitas eran queridos y respetados a pesar de la generalizada hostilidad en contra de la órdenes religiosas. Por otra parte, también los jesuitas eran generosos a la hora de dar consejos siempre que los altos oficiales del gobierno les consultaban, cosa que hacían con frecuencia.
El 17 de septiembre de 1898, poco más de un mes después de que los americanos tomaran Manila, el jesuitas Hermano Juan comas dudó si comprar pollos en el mercado ya que el precio había subido de rpente. En su lugar, decidió comprar 400 ranas y cuando esta pagándolas algunos revolucionarios se le acercaron y le preguntaron qi quería pollos. Él dijo que sí pero añadió que eran demasiado caros. "¿Sólo eso?" comentaron ellos. Entonces le pusieron delante una gran cesta con 40 pollos por la mitad de presio. El jeusita dijo "Pero si yo sólo necesito cuatro". Los revolucionarios que estaban rodeando al Hermano Comas empezaron a decirle que los jesuitas eran "los mejores, que no tenían por qué preocuparse, que no serían expusados sino que, por el contrario, los pondrían al cargo de la universidad". Entre ellos había filipinos que habían desertado de los cazadores españoles y le aseguraban que los rebeldes filipinos "apreciaban mucho a los jeuitas". El jesuita, avergonzado, intentaba desembarazarse de este inesperado incidente a la vez que no perdía de vista sus razas y los 40 pollos. Pero sus nuevos amigos estallaron en fuertes vivas lo que forzó al Hermano Comas, que ya era el centro de atracción del mercado, a salir precipitadamente.
Este es un pequeño incidente pero muestra cómo era la situación de los jesuitas durante los años de la revolución en Filipinas. Antes, en marzo del 1987, el Auditor General de guerra, General Nicolás de la Peña, pidió en secreto al Superior de los jesuitas que organizara un encuentro secreto ente Emilio Aguinaldo y un representante del gobierno para ver cómo podrían terminar la revolución. No estando seguro si tal encargo tenía que ver con su ministerio sacerdotal, el jesuita dudó. Se puso de acuerdo con el Auditor para no informar al Arzobispo de Manila ya que probablemente pediría la opinión de su consejo y esto podría arriesgar el plan. Además, el General Peña se había acercado a los jesuitas precisamente porque sabía que eran muy repetados por los revolucionarios cuyos líderes eran sus antiguos alumnos.
Reflexionando estas cosas, los jesuitas acordaron al día siguiente comprometerse con esa misión confidencial. Ellos creyeron que sería algo beneficioso para el país. El Superior, el padre Pío Pi, escribió una carta invitando a Aguinaldo o a su representante a una reunión secreta con cualquier jesuita, el Auditor General mismo o cualquier oficial militar que Aguinaldo designase. Él nunca se había encontrado con Aguinaldo, le escribió pero por "caridad cristiana"y "para el bien del país". Aunque él mismo fuera indigno, escirbió como sacerdote de uan"religión, que es también la de usted, una religión de paz y amor..." Dígame, por amor de Dios, añadió el jesuita:
tanta gente muriendo, tal río de sangre corriendo desde el principio de agosto hasta el final del año pasado -¿no es esto bastante lamentable? ¿No llegará el final para todo esto? Peninsulares y filipinos: ¿debemos luchar y odiarnos unos a otros hasta que una nación extermine a la otra? ¿Podríamos hacer algo para evitar tal mal? Sin duda que usted puede hacer más que yo. Decídalo. Ese rasgo de nobleza que dice la gente que Dios le ha dado me hace creer que lo hará. Incluso yo, con mi limitado poder, puedo todavía hacer algo...
El lider revolucionario sabía que algunas de sus quejas y deseos eran razonables y podían ser discutidos. Si llegaran a un acuerdo y se terminara la lucha, se podría conceder un perdón de mucho más alcance del que hasta ahora se había ofrecido. Aguinaldo podía elegir cualquier sitio para el encuentro, detrás de las líneas españolas o de las filipinas, o podía ser en cualquier lugar costero entre los dos campos de batalla.
Desafortunadamente, la repuesta de Aguinaldo estaba tan "llena de exigneicas arrogantes e irrealizables", según el General Peña, como la de dar a os revolucionarios el rango de beligerancia que la idea fue abandonada inmedatamente. De otra forma, se podría haber terminado la revolución nueve meses antes de firmar el pacto de Biaknabató el 14 de diciembre de 1897
La euforia que había después de firmar el pacto de paz inmediatamente se cambió por tensión.
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(*) Instituto Cervantes; Cuadernos de Historia, nº 2y 3. Páginas 115 y 116. Instituto Cervantes de Manila 1998.
FILIPINAS, APRENDIZAJE DE DEMOCRACIA
EL PRIMER PARTIDO POLÍTICO
Ya a mediados del año 1900, bastantes filipinos estaban convencidos de la futilidad de resistir a las fuerzas norteamericanas. Su ardor patriótico no era menos que el de los que luchaban en el frente de batalla, pero, se decía, el verdadero patriotismo debiera moderarse ante la patente superioridad militar enemiga. Y conscientes de que ni solos ni individualmente valdrían nada, acordaron unirse en un partido político y dedicarse a conseguir el bien patrio. Los ilustrados Trinidad H. Pardo de Tavera, Benito Legarda, José Luzurriaga, y Felipe Buencamino redactaron un programa político que, presentado al entonces jefe del gobierno, William H. Taft, fue aprobado.
Por su parte, dándose cuenta de que sólo los ilustrados tendrían la capacidad de establecer la paz y hacer que los filipinos aceptaran la jurisdicción norteamericana en Filipinas, Taft apoyó el plan del primer partido político filipino; de lo contrario -escribió- el país quedaría en manos de <ladrones, asesinos, y secuestradores de la gente honrada y pacífica.> Y así, el 23 de diciembre de 1900, se fundó el Partido Federalista, con 125 miembros numerarios que juraron adherise y promover los fines del partido.
El Partido Federalista se propuso una doble actividad: la prmera, una campaña <constitucional> y, la segunda, la campaña <federal.> En primer lugar, los miembros se esforzarían por convencer a los demás filipinos de aceptar la soberanía norteamericana para consolidar la paz bajo el nuevo gobierno, asegurarse la libertad y la instrucción, promover la autonomía local y provincial, y garantizar la separación de la Iglesia del Estado. Conseguidas estas condiciones,, el partido se dedicará a la segunda tarea, la integración del archipiélago como otro estado más de los Estados Unidos de América. Efectivamente, no mucho después de que el jefe revolucionario Aguinaldo se rindiera al gobierno norteamericano, el nuevo partido dedicó su actividad a promover la asimilación de Filipinas a la federación norteamericana. No le quedaban ninguna otra opción, pues, unidos los dos países, decían, se
obtendrían con mucha mayor facilidad los objetivos de la reevolución, ya que las relaciones entre los dos pueblos redundarían en beneficio de los filipinos.
Instalada la administracción civil en junio de 1901, los filipinos acudieron a las urnas para elegir sus primeros oficiales locales. No todos los filipinos, porque el derecho de votar había sido concedido bajo ciertas condiciones: poder escribir y leer en inglés o en castellano, gozar de un mínimo de renta anual, y haber sido funcionario público por algún tiempo.Por eso, sólo un 2,44% de la población filipina pudo votar, y el gobierno municipal quedó en manos de la élite local, consolidándose así en su puesto la oligarquía tradicional.
No tardaron en manifestarse los efectos lamentables de este exclusivismo: abuso de autoridad, tasas <obligatorias> por servicos municipales, en teoría gratuitos -pero que en realidad implicaban un propina más o menos forzada-, presupuestos más elevados para los oficiales que para los maestros de escuela, etc., Tres siglos de gobierno autoritario bajo el régimen español apenas si habían preparado a los filipinos, alimentados diríase con el consabido <utang na loob> (literalmente, deuda interior) o gratitud, no les era fácil desentenderse de una construmbre inviolable y casi innata de agradecer de una forma u otra cualquier favor o beneficio recibidos, fuese quien fuese el bienhechor, funcionario público o amigo íntimo. Era difícil, si no imposible, para los filipinos, asimilarse a la democracia norteamericana basada en la justicia conmutativa, <quid pro quo>. De tal modo, que el gobierno central de Manila tuvo que intervenir y, en vez del consejo municipal, fue el tesorero provincial -un norteamericano- el encargado de la tarea de supervisar y preparar el presupuesto municipal. Y en vista de los abusos, la policía municipal también fue subordinada al mando de un capitán de grado, que casi siempre era un norteamericano. Al parecder, las primeras tentativas en conceder la autonomía local fracasaron en muchos casos.
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