En febrero del año 1.898 se publicaba en Manila la obra titulada "Tradiciones de Filipinas". El primer capítulo lleva por título, La cruz de Magallanes. las Filipinas, por medio de un triángulo de fuego.
Hermosa y fértil, llena de exhuberante vegetación aparecía la isla de Cebú, como canastillo de flores surgiendo de las aguas.
Ante la apiñada y atónita multitud que en la playa había, fondearon magestuosas las naves españolas.
El Reyezuelo Amabar, enterado de las buenas intenciones de la gente que llegaba, recibióles con afabilidad y propúsoles alianza, á cuyo fin se sangró con el intrépido y generoso Hernando de Magallanes. Esta ceremonia llevó la confianza al ánimo de aquellos indios y la alegría á los españoles, que en señal de su regocijo dispararon la artillería de las naves, causando su estruendo tal temor en los naturales que todos ellos, casi á un mismo tiempo, se tiraron al suelo.
Pronto pasó el miedo y los indios llevaron á los navíos gallinas, puercos, plátanos, cocos y arroz, con cuyos alimentos, de que estaba muy necesitada la gente de Magallanes, reparó y fortaleció ésta sus fuerzas físicas.
En justa compensación de aquellos regalos Magallanes hizo también muy buenos presentes á los indios, dándoles espejos, mantos de seda, pendientes y otra porción de objetos que causaban su admiración y alegría, manifestadas con danzas, saltos y agudos gritos.
Dispuso Magallanes se celebrara el Santo Sacrificio de la misa en acción de gracias al Señor, por el feliz arribo á tan lejanas tierras.
Era la segunda que se decía en estas Islas.
Se hizo ligeramente un cobertizo, allí se colocó en tierra una sencilla cruz de madera y comenzó la ceremonia.
El Reyezuelo, su mujer, su hijo, los principales y muchos indios fueron en audiencia, atraídos por la curiosidad, á ver lo que hacían los cristianos. Con una atención mezclada de extrañeza presenciaron la ceremonia; el intérprete les iba explicando su significación y ellos dijeron que querían ser cristianos también.
El Sacerdote, después de catequizarlos brevemente, administró el bautismo á Amabar y á su mujer, siguiendo todo el pueblo el ejemplo de sus principales.
Alborozado el ánimo de Magallanes y su gente por lo bien que las cosas se encaminaban á sus deseos, después que Amabar y todos sus vasallos juraron solemnemente obediencia y vasallaje al Augusto Rey de Castilla, determinaron marchar en busca de las Molucas.
-Siento que te vayas de aquí , ahora que podrías prestarme un gran favor- dijo Amabar á Magallanes.
-Dispuesto estoy á retardar mi partida y por muy contento me daré si puedo prestarte algún servicio en nombre del Rey de Castilla.
-Mi pueblo está agraviado con el de Calipulaco. Nos han robado mujeres y bienes. Tenemos guerra y tus Castilas podían ayudarme con sus armas. Quiero matar á Calipulaco.
-Siendo tú súbdito y amigo de mi Augusto Señor, tengo yo obligación de defenderte y tus enemigos lo son también míos. Yo iré a pelear con Calipulaco.
Grande fue el orgullo y la alegría de Amabar, al verse defendido por hombres tan valientes.
Todo se dispuso con brevedad. Magallanes se despidió de Amabar abrazándole cariñosamente y regalándole su precioso puñal, como recuerdo de su amistad si muriese en la demanda; y la Armada española hizo rumbo á la isla de Mactán, donde gobernaba Calipulaco.
En aquella salvaje y desconocida isla, con valor que rayaba en locura, desembarcó el intrépido Magallanes y seguido de cincuenta españoles se internó por espesísimos bosques de manglares. Los enemigos, invisibles, solo podían contarse por las flechas que cruzaban el espacio. Pero no importaba, <¡adelante!> era el grito de Magallanes y adelante iba aquel puñado de valientes.
La tierra les falta de repente, las aguas cenagosas de oculto pantano llegan á sus pechos y ... siguen. Mortífera flecha atraviesa el pecho de Magallanes, que se desangra rápidamente, cae y queda sepultado en el fango.
Conciértanse sus compañeros y algunos salvan sus vidas, necesarias á grandes empresas.
Sentimiento profundo causó en su gente y aflicción sincera pareció producir en Amabar, la muerte del heróico Magallanes.
Para reemplazarle eligen los castellanos á su primo Duarte de Barbosa. Amabar, seguido de un numeroso y abigarrado séquito, hace presente al nuevo general el sentimiento que á él y á su pueblo había causado la muerte de Magallanes y le ruego que en prueba de amistad y cariño, acepte el banquete con que, al caer el sol, les obsequiaría. Allí reiteraría pública manifestación de vasallaje al poderoso Rey de Castilla y entregaría como prueba de ello la joya que había ofrecido al infortunado Magallanes.
Acepta Barbosa y lo comunica á sus Capitanes.
-Imprudencia grande me parece ir á ese convite -dice Juan Serrano- y á mi juicio, se nos tiende una emboscada.
-Ni hay razón para suponer eso ni inconveniente es faltar al banquete, porque traería recelo y pondría en duda nuestro valor, que yo, aunque me dejéis solo, estoy dispuesto á demostrar á toda hora. -Y yo también- contestó Serrano orgullosamente, saltando el primero á una de las canoas que estaban dispuestas para conducirlos á tierra.
Era una glorieta ó pequeña explanada oblonga rodeada de robustos palmares que la cerraban casi por completo. Allí se habían colocado dos largas mesas de caña y sobre ellas estaban los manjares que habían de servirse á los españoles.
Estos fueron recibidos en la playa por Amabar y toda su Principalía. Una veintena de indígenas de ambos sexos ejecutando estrambótica danza al compás de algunos instrumentos músicos de caña, les precedían; multitud de indios iban en su seguimiento.
Llegados á la explanada y antes de sentarse, Amabar cruzó algunas palabras en voz baja con un musculoso indio, que ostentaba en su cabeza flotante penacho de plumas de cacatúa y en su brazo izquierdo, á modo de pulseras, tres huesos tan ajustados á la muñeca que era imposible averiguar como pasó por ellos la mano.
Amabar no llevaba más arma que el precioso puñal que en prueba de afecto y alianza le regaló Magallanes antes de partir para Mactán.
Los demás Principales iban completamente desarmados.
Sentóse Amabar, sentáronse los españoles en número de veintiséis y comenzó el banquete.
Aquella multitud de indios desapareció como por encanto á una señal de Amabar.
No hacían falta servidores, pues que todos los manjares que habían de consumirse estaban ya sobre la mesa.
Quedaron solos los convidados y á un extremo de la explanada los músicos tocando sus raros instrumentos y los bailarines haciendo piruetas.
Con tan señaladas muestras de amistad se habían calmado las inquietudes de los españoles ya que se arrepentían del recelo que tuvieran. De todos aquellos manjares tenían que comer á las excitaciones de los Principales por que á desaire no tomasen su inapetencia.
Mediaba ya el banquete y la alegría reinaba en todos los semblantes. Amabar coge una especie de vaso de madera lleno de tubâ, ofrece á Barbosa otro y todos se disponen á brindar. El intérprete se coloca junto al Régulo para traducir sus palabras.
-Hora es ya, servidores del Rey de Castilla- dice Amabar -de que yo os haga manifestación de agradecimiento, y os entregue para vuestro amo la joya que prometiera.
El intérprete callaba, esperando sin duda que acabase su perorata para traducirla luego más claramente. -¡Brindemos! prosiguió al mismo tiempo que levantaba el vaso con la mano derecha, cuando los españoles iban á levantar los suyos, éstos se vieron bruscamente acometidos por infinidad de indios que á centenares salían por entre los palmares, dando horribles alaridos de salvaje alegría. El miserable Amabar blande el puñal que le regaló Magallanes y lo hunde en el pecho de Barbosa diciendo: -Toma la joya que me disteis. Te la devuelvo.
En vano luchaban los españoles: cada uno se veía atacado por veinte ó treinta indios á la vez. Todos murieron defendiendo heroicamente sus vidas contra tan numerosos enemigos. Sus cuerpos fueron horriblemente mutilados por aquellos salvages que á tal fuerza y estratagema tuvieron que acudir para vencerlos.
De este modo, como conviene á un salvage, pagó Amabar la generosidad de Magallanes, que perdió su vida por defenderlo de las tribus guerreras de Calipulaco.
Aquella bárbara multitud, ebria de sangre, se dirigió amenazadora á la sencilla cruz que Magallanes plantara y ante la cual habían hecho falsa profesión de fé. Como si vieran en ella algo vivo, arremetieron con furia para derribarla; y notaron, con asombro y miedo, que la cruz, inconmovible, seguía en pie, que todos sus esfuerzos unidos eran débiles para moverla, que en vano sacaban tierra para falta de apoyo cayese. ¡Aterrados se apartaron de allí y sintiendo algo que no se explicaban siguieron desde el bosque, mirándola con supersticioso silencio, sin que nadie se atreviera á aproximarse...
La Cruz de la Redención, la Cruz de Cristo, extendía sus brazos en el espacio, como implorando para aquellos seres sumidos en la noche de la barbarie y en cuyas almas no había penetrado la luz de la fé. El sol que ya alumbraba á la potente Europa, enviaba sus últimos rayos al divino madero estableciendo entre ambos misteriosa y sublime comunicación de hilos de fuego.
En "AL QUE LEYERE", a modo de prólogo D., Tomás Cáraves escribe sobre los autores lo siguiente: < D., Juan y D., José Toral, han cumplido respectivamente 26 y 24 años; son españoles peninsulares: huérfanos de padre y madre desde la niñez: vinieron á Filipinas el año noventa y dos al lado de su única familia, su hermano mayor D., Enrique, distinguido comandante de Estado Mayor con destino en esta Capitanía General.
Han desempeñado y continúan desempeñando algunos cargos con honradez, inteligencia y laboriosidad y al mismo tiempo estudian y pronto terminarán la carrera de derecho. Los dos han escrito y publicado versos y prosa con aplauso sinceros de sus lectores y lectoras y los dos emplean las pocas horas que les dejan libres sus estudios y sus destinos, en las prácticas del foro y al lado del que escribe este prólogo, porque ellos lo quieren y además cumple con un deber y con un deseo.>
Ambos hermanos escribieron además, "1.898 El Sitio de Manila. Memorias de un voluntario", Imprenta Litografía Partier, Manila, 1.898, pues lucharon contra los norteamericanos y los insurrectos en la guerrilla de San Miguel como voluntarios.
José Toral publicó un tomo de poesías, "La musa y el poeta. Poema"; Manila, Establecimiento Tipográfico del Diario de Manila, 1897, a su regreso a la península fue redactor de "El Globo" publicó poemarios, novelas e incluso una obra de teatro, falleció en Madrid el 16 de febrero de 1.935.
La CRUZ siempre perseguida y mucho más en estos tiempos en los que vivimos. En esta Europa laica porque según las élites provoca, en el mundo musulmán porque ofende, en China y en los países comunistas porque no se somete al partido, en América porque es interpretado como un símbolo colonial. En África porque es para extranjeros.
<Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.> Juan 15, 18-19.
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