La arribada de la expedición comandada por Fernando de Magallanes a las costas de la isla de Samar, y la celebración de la primera misa en la isla de Limasawa, hace ahora 500 años, son los hitos con los que comienza la presencia de la cultura hispana, en el archipiélago filipino. Con el paso de los años, en estas tierras se creará una sociedad singular muy diferente a la del resto de los países vecinos.
Los días que van desde el 16 de marzo al 31 de ese mes, el profesor Antonio Molina Memije, los relata de esta manera en su HISTORIA DE FILIPINAS, publicada por Ediciones Cultura Hispánica del Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1.984, obra con la que recibió el Premio Zóbel en 1.985.
Portada del libro con la imagen del cuadro pintado por Fernando Amorsolo, "Primera Misa" Desembarco en Leyte
En la mañana del día 16 de marzo de 1521 -más tarde, Pigafetta, veneciano que viaja en la expedición en concepto de cronista oficial, rectificaría la fecha en un día más, pues no se tenía conocimiento de la vigente línea internacional, que ocasiona la alteración de días-, la expedición, a trescientas millas de las ya llamadas por Magallanes islas de los Ladrones, por mor del bote hurtado, resulta que surca ya nuestros mares. En seguida se discierne en el horizonte, un tanto brumoso, los contornos de la isla de Samar.
Filipinas que así descubierta a los ojos de Europa.
Muy cerca está la isla de Homonhón -Humunu la llama Pigafetta-. Magallanes decide que se atraque en ella al día siguiente. Al hacerlo envía a tierra a sus hombres con instrucciones de levantar dos tiendas para que se alojen los enfermos. La isla ofrece buen suministro de agua.
A la isla, Magallanes la llama isla de San Lázaro, en homenaje a este santo.
El día 18 de marzo, algunos indígenas de la isla vecina de Butuán descubren la presencia de las tres embarcaciones extrañas, así como a los hombres desembarcados en Homonhon o Humunu. En una barca nueve nativos navegan hasta la aludida isla para hacer las oportunas indagaciones. Aun cuando van casi desnudos, no son salvajes, pues llevan consigo armas con incrustaciones de oro. Es más, el que les manda luce un turbante de algodón y seda.
Al poner pie en tierra se acercan a los miembros de la expedición, que guardan silencio por orden de Magallanes. A éste se dirige el jefe del grupo isleño y, por señas le da la bienvenida. Ni Enrique, esclavo de Magallanes, ni Omatu, un indígena chamorro que la expedición ha recogido en la isla de los Ladrones, puede entenderles. Mas los gestos amistosos son tan elocuente, que Magallanes se decide a corresponder. Cuatro de los nativos se alejan del lugar para llamar a otros que pescan en las proximidades. Al regreso de todos Magallanes ordena que se les dé alimentos y que se les obsequie con gorros rojos, espejitos, peines, campanitas, lentejuelas y demás objetos. A su vez, los nativos ofrecen un pescado de tamaño considerable, un vaso de tuba (bebida fermentada), plátanos y otros frutos típicos, disculpándose de no poder ofrecerles más, pero con seguridad de hacerlo a su vuelta. La amistad ha brotado espontáneamente.
Para mayor muestra de acogida, invitan a Magallanes, que accede, a navegar con ellos hasta la isla de Butuán, donde le muestran existencias almacenadas de jengibre, cinamomo, pimienta y otras especies, además de gran cantidad de oro. Acabada la visita, Magallanes les invita a su buque insignia, donde todo cuanto les pudiera parecer novedoso y sorprendente les es mostrado. Al concluir la visita, así que se despedían, Magallanes ordena una salva, cuyo estrépito alarma a los indígenas. Las oportunas explicaciones evitan que se lancen al agua y se malogre la amistad entablada. Se despide de nuevo, prometiendo regresar pronto.
Efectivamente, el día 12 de marzo vuelven los indígenas en dos embarcaciones repletas de coco, naranjas, vino de palmera y un gallo. Lleva la cara tatuada y viste falda de algodón con fimbria de borlas de seda. Sus armas son de bronce. lleva además pendientes y brazaletes de oro. Todo esto convence a los expedicionarios de que los nativos han alcanzado un cierto grado respetable de civilización y que poseen grandes riquezas. Asimismo, comprenden que deben de existir relaciones comerciales entre estos isleños y los puertos orientales vecinos. Magallanes da órdenes estrictas de que todo cuanto se adquiera a los nativos les sea pagado a su entera satisfacción.
Llegada a Limasawa
El día 25 de marzo de 1521 Magallanes y su gente abandonan la isla de Homonhón y, navegando tan sólo de día, descubren varias islas dl paso, sin detenerse en ellas hasta que el día 27, hacia el anochecer, sorprenden una especie de hoguera en una de ellas, por lo que se ordena a las naves que se dirijan a la isla al día siguiente. Es la conocida con el nombre de Limasawa.
Los indígenas del lugar se enteran en seguida de la llegada de los navegantes. Ocho de aquellos embarcan en un baroto y se acercan a la flota. Cuando están al alcance del oído ven a bordo a un joven cuyas facciones se asemejan a las suyas. Este les habla en su propio idioma, por lo que pueden contestarles de igual modo. La emoción es hondísima por parte de todos. Los nativos se sorprenden al oír que alguien a bordo de la nave tan extraña les hable en su lengua. Por su parte, Magallanes y sus hombres caen en la cuenta de que, al fin, han llegado a Oriente vía Occidente. Se invita, pues, a los indígenas a que desde la nave se ha dejado caer una viga, que la marea se encarga de hacer llegar hasta ellos. E ella hay un gorro rojo y otros objetos extraños. Los recogen y regresan a su isla, obviamente a dar parte a su jefe.
El rajá Kolambú, régulo del lugar, decide cerciorarse del asunto por sí mismo. Tras los debidos preparativos, dos horas más tarde dos barangays -embarcaciones gigantescas-, repletos de hombres, navegan hasta los barcos españoles. A bordo de una de aquellas viaja el rajá, que permanece sentado sobre una estera y bajo un dosel de fibra enhebrada. ya cerca del buque-insignia de Magallanes el reyezuelo nativo es saludado por el esclavo Enrique, a quien entiende perfectamente. El rajá ordena que ocho de sus hombres suban al barco. Son recibidos amablemente por Magallanes y agradecen los obsequios que les son entregados. Pronto abandonan el buque. Informan de todo a su rey, que inmediatamente corresponde, ofreciendo a Magallanes un lingote de oro y un cesto lleno de jengibre. Magallanes, con excesiva prudencia, no acepta los regalos. Rajá Kolambú abandona el lugar. A la noche siguiente Magallanes hace que sus barcos se acerquen a la playa y atraquen próximos a la residencia del rajá.
Muy de mañana, el día 29, rajá Kolambú recibe al esclavo Enrique, quien le asegura que Magallanes desea ser su amigo y pretende adquirir cuantos alimentos en la isla estuviesen a la venta. El rajá Kolambú decide dar su respuesta en persona.
En compañía de ocho ayudantes principales hace los honores por Magallanes, a quien Kolambú hace entrega de tres vasijas de porcelana llenas de arroz cubiertas con hojas, dos jarrones de oro y algunos alimentos. Magallanes, a su vez, ofrece al rajá una túnica roja y gualda y un gorro de material fino. Los miembros del séquito reciben espejos y cuchillos. Se sirve el desayuno, en el transcurso del cual Magallanes reitera sus propósitos amistosos, lo que complace al rajá. Se le hace luego recorrer el buque, en donde tiene ocasión de admirar las telas preciosas, las joyas y otras mercancías a bordo. También contempla los distintos armamentos y Magallanes hace que disparen algunos cañones. Ordena después que se presente un soldad con armadura, que lucha contra otros tres armados con sables y dagas, haciendo así gala de la invulnerabilidad del primero. A instancias de Magallanes, el rajá Kolambú ruega que dos hombres de aquel le acompañen a tierra para una visita de sus dominios.
En efecto, Antonio de Pigafetta, cronista de la expedición, y otro oficial acompañan al régulo indígena hasta la isla. De la mano son conducidos por el propio rajá hasta una tienda en donde descansan. El régulo conversa con ellos a la sombra de una guardia real impresionante. Se sirven viandas y bebidas. Luego el rajá le lleva a su palacete de madera y palmas, cuyas escaleras suben hasta llegar al salón del trono. Vuelven a servir más alimentos. En breve les hace compañía el príncipe heredero, quien al final de la comida les invita a dormir con él así que se hubo retirado el rajá.
Al día siguiente el rajá vuelve en busca de Pigafetta y sus compañeros, peros estos, al ver la embarcación que Magallanes ha enviado para recogerles, se despiden del rey indígena, besándose las manos mutuamente. Pigafetta, no obstante, hace que les acompañe el rajá Siagu, hermano de Kolambú, con otros dos nativos. Todos desayunan con Magallanes. El rajá Siagu impresiona a los viajeros por su presencia viril y hermosa. Su cabello negro le cae sobre la espalda. lleva pendientes de oro. Su espada tiene empuñadura de oro y la vaina es de madera finamente labrada. En la dentadura luce incrustaciones de oro. Todo el cuerpo queda cubierto por lujosos tatuajes y está perfumado. Les comunica que en su reino -Karaga- el oro abunda tanto que sus vasijas y platos, así como los adornos de la casa, son de este metal. Revala que acostumbra a venir a Limasawa para conferenciar con su hermano, el rajá Kolambú. Aprovechando esta visita, el rajá Siagu hace ofertas comerciales a los españoles. Además, ha hecho que una embarcación vaya a traer oro de su isla. A su recibo, lo permuta por hierro de igual peso. La visita concluye en un clima de franca amistad.
El domingo día 31 de marzo de 1521, el capellán de expedición y algunos tripulantes bajan a tierra. Les acompaña el intérprete. Este comunica al rajá Kolambú que Magallanes les ha enviado para efectuar los preparativos necesarios para una ceremonia religiosa. El reyezuelo da su consentimiento, rubricándolo con el envío de dos cerdos desollados a Magallanes. Poco después, este y otros cincuenta hombres desembarcan. Vestidos con sus mejores galas, pero sin armas, son recibidos por los rajás Kolambú y Siagu. Después de colocar al propio Magallanes entre ellos, los régulos inician la marcha colectiva, en formación militar, hasta el lugar seleccionado para la celebración del santo sacrificio de la misa. Impresionados vivamente por los ritos extraños, los régulos se unen al sacrificio remedando los gestos de los españoles. Besan la cruz y se arrodillan como los otros lo hacen. Después de la misa acceden al ruego de Magallanes de que la cruz se alcen en una cima visible de la isla como símbolo de ventura y amistad. La ceremonia tiene lugar a la tarde, en medio de unas oraciones comunitarias. A todos se les ofrece luego un condumio suculento por parte de ambos monarcas.
ANTONIO MOLINA MEMIJE.- Nació en Manila el 19 de noviembre de 1918, y falleció en Madrid el 15 de noviembre del 2000. Abogado, profesor, historiador, lingüista y diplomático.
Obras.- "Memorias del Dr., José Rizal Mercado. Diario inédito de 1882"(Manila,1953). "Historia de Filipinas"(Madrid,1984)."América en Filipinas"(Madrid, 1992). "Yo José Rizal"(Madrid, 1998). Participó en la revisión de la edición de "Hispanismos en el tagalo"(Madrid, 1972). Colaboró en "El Extremo Oriente Ibérico" con el artículo, "Bibliografía sobre la presencia española en Filipinas impresa fuera de España"(Madrid, 1989); en "Historial General de Filipinas" con los capítulos "Siglo xx filipino" y "Cronología histórica, siglo xx (1900-1999), (Madrid, 1999). "1998: España y el Pacífico", con el artículo "Emilio Aguinaldo: Hombre clave de 98 filipino." (Madrid, 1999). En el diario A.B.C. de Madrid publicó los artículos: "¿Se habla español en Filipinas? (25-01-1986); "Amanecer filipino"(12-03-1986); "Filipinas, nunca mejor acompañada"(22-09-1986); "¿Es <machista> la Real Academia Española?" (11-10-1986); "De Filipinas: billete de urgencia" (10-11-1986); "El <españolismo> de los filipinos" (17-10-1987); "Nuestro abrazo filipino" (15-06-1991); y "Siempre fue <Filipinas>" (26-10-1992).
Tengo el libro, que he acabado de leer recientemente. Realmente no acabo de entender la polémica suscitada por la primera misa...
ResponderEliminarNo conozco la "polémica suscitada". Acabo de ver tu blog, y pienso igual que Escohotado. En cuanto al papel ejercido por la Iglesia en Filipinas durante la época española, creo que D. Antonio Molina lo trata de manera muy juiciosa. Tengamos en cuenta que muchas veces tuvieron que ejercer de arquitectos, lingüistas, botánicos, agricultores, médicos, farmacéuticos, e incluso de militares y jueces, dada la escasez de población civil y militar peninsular. Yo admiro a esos muchachos que con 17 o 18 años se embarcaban en Cádiz, y sin saber casi nada de la vida se lanzaban a atravesar el mundo para llegar a Filipinas, para después quemar sus energías al servicio de la Iglesia y tratando de salvar almas, que esa es la tarea de los cristianos. Te recomiendo visites el Museo Oriental de Valladolid. Por cierto la catedral de Palencia me parece maravillosa, y eso que en aquel momento la estaban restaurando. Un saludo.
EliminarY enhorabuena por tu blog, Ramón.
ResponderEliminarGracias.
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