La obra literaria del gran místico ha influído en la obra de numerosos poetas de las letras españolas. Tambíen ha llegado esa influencia a los poetas e intelectuales filipinos.
ADELINA GURREA MONASTERIO. (28 de septiembre de 1896 La Carlota, Negros Occ.,- Madrid 29 de abril de 1971).
SAN JUAN DE LA CRUZ
Más que hombre, poeta;
más que poeta, místico;
más que místico puro,
del puro misticismo la quimera...
Más que saeta eliptíco
trazado del raudo proyectil,
y aún más... velocidad suprema de la luz
arropada en la estrtosfera,
y más y más, el rito
de lo eterno y de lo infinito.
¡San Juan de la Cruz!
Pero firme en la Tierra.
El se bajó su Cielo
para gozarlo en pena de nostalgia,
en dolor de embeleso,
desvelando su amor con clara gracia
junto al cesped verdal de la pradera,
junto al regato que estira su canción
sobre el declive en flor de la ladera.
Y el viento, el mar, la nube,
la aurora, el mediodía o el ocaso,
cabezal nada más para el romero,
etapas de jornada hacia Jesús,
estaciones del viaje de suespacio,
abastecimiento espiritual en vuelo.
¡San Juan de la Cruz!
San Juan, San Juan, San Juan,
tres veces santo.
Por su paso de ardores sobre el hielo,
quemándose y quemando su respiro,
desmenuzando el corazón con llanto
de impaciencias en vilo.
Por sus sueños en silencios
de comunión con la naturaleza:
retozos de aves, corzos y gacelas,
gemidos, ¡ay!, de amores, preces bajo templos
de boscaje -vegetales santuarios-,
urgiendo en duermevela presencias del Amado
sobre los <sin caminos> de espinosas veredas.
Y por su vuelo...,
rayo de abajo a arriba, espiritual
de la cima a la luna,
de la luna a la estrella;
siempre de Dios a Dios.
Ángel al fin, en órbita, descentrando y centrando
en torno al Creador,
satélite inmortal
por el vacío de ensombrecida luz.
Girar, girar, girar,
¡SAN JUAN DE LA CRUZ!
MACARIO OFILADA MINA. (Manila 1971).
CANCIÓN DE LA SELVA QUE LA MAR BUSCA
Me revelaste lo que sólo tus amigos saben:
en la calentura de la hermandad, es donde el yermo se transformó en jardín
donde se celebrará nuestro matrimonio.
Ahí cantarán los bichos y las orquídeas, con las ranas y los peces.
Escucharán nuestros votos y las escarchas derramarán sus bendiciones
para dejar paso a la curva de las lluvias y el curso de los monzones
que se derrite como los alcázares y aposentos reales.
Ven, ¡Esposo! llévame ya a los fuertes que rodean tus jardines
evocando semillas caídas durante la cosecha,
que saludan al sol renaciente.
Debajo de los cedros se ven los parorreales de Salomón.
Tienen envidia de mi desnudez delante de ti;
y con mi piel morena espanté la blancura del tiempo prestado.
De esto cantarán los ruiseñores a su regreso del sur
y anidarán donde nuestras heridas dejaron huellas
para beber de nuestra sangre y salpicar la aurora
con el secreto apocalíptico de nuestra unión.
Mientras nos abanicaban tus ángeles con palmeras
me cantaste tu canción exótica cuya melodía
te prestó mi madre la tierra.
Tu canción me hirió con dagas plateadas
y tu ritmo eterno me curó con la sal de tu mar.
Ahí en nuestro huerto caben todos los acéanos del cosmos.
Ahí aparecerán las amapolas marinas
buscando los navíos atrapados en los corrales del tiempo.
Quieren sondear nuestro viaje hacia el seno del secreto de las sirenas
que se dispersan como incienso nocturno
para saludarte, ¡Oh Rey mío!
a tu regreso, con los delfines, de los archipiélagos tropicales.
EL HOMBRE: SUJETO DE LA EXPERIENCIA.
Tras haber realizado, de refilón, algunas consideraciones textuales de carácter introductorio respecto a la experiencia en S., Juan de la Cruz, pasemos ahora al objeto de sus estudios experienciales: el hombre a quien se le podría denominar "sujeto de la experiencia". Lo que llevamos afirmando nos ayuda ahora a plantear en su alcance y en sus límites precisos la cuestión fundamental que nos ocupa en la actual investigación. Podrían aplicarse estas palabras del filósofo X., Zubiri a la visión sanjuanista: "El hombre es un modo... experiencial de ser Dios. Dios es una realidad absolutamente absoluta y en esto consiste su esencia metafísica...Esta experiencia es justamente la experiencia de Dios; la experiencia de lo absoluto en la medida en que es experiencia de mi ser personal". La obra sanjuanista tiene al hombre por protagonista; Dios es el héroe, la meta deseada del protagonista y los escritos sanjuanistas nos sirven de pantalla para poder ver el drama salvífico-místico del ser humano.
Por ser la experiencia de Dios, el hombre es el modo finito de ser Dios por vocación existencial y experiencial. La vida humana es la hermeneútica finita de la vida divina; "vivir es ya encontrarse forzado a interpretar nuestra vida" (J., Ortega y Gasset, Obras Completas. Tomo V), Juan de la Cruz realiza esta interpretación del hombre desde su experiencia mística. En el hombre tiene lugar la experiencia de Dios. El hombre es la experiencia encarnada de Dios. Esto lo capta el Místico Abulense con el término experiencial "sentir". "Porque, ¿quién podrá escribir lo que a las almas amorosas, donde él mora, hace entender? Y, ¿quién, finalmente, lo que las hace desear? (C, Pról., 1) Sentir es más que mera afectividad o animalidad o percepción. Es el contexto, lugar de la experiencia mística transformadora caracterizada por un conocimiento más profundo y vivencia más asimilada de Dios. Veamos a este respecto un texto muy significativo de Llama:
Porque, cuando uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale según su condición y propiedades; y así, tu Esposo, estando en ti, como quien él es, te hace las mercedes; porque, siendo él omnipotente, hácete bien y ámate con omnipotencia; y sabiendo sabio, sientes que te hace bien y ama con sabiduría; y siendo infinitamente bueno, sientes que te ama con bondad; siendo santo, sientes que te ama y hace mercedes justamente; y siendo él misericordioso, piadoso y clemente, sientes su misericordia y piedad y clemencia; siendo él fuerte y subido y delicado ser, sientes que te ama fuerte, subida y delicadamente; y como sea limpio y puro, sientes que conpureza y limpieza te ama; y como sea verdadero, sientes que te ama de veras; y como él sea liberal, conoces que te ama y hace mercedes con liberalidad sin ningún interese, sólo para hacer bien; y como él sea la virtud de la suma humildad, con suma bondad y con suma estimación te ama, e igualándote consigo, mostrándosete en estas vías de sus noticias alegremente (Sab. 6,17), con este su rostro lleno de gracias y diciéndote en esta unión suya, no sin gran júbilo tuyo: yo soy tuyo y para ti y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti. (Ll 3,6).
Este texto es un canto inspirado al sentir, a la experiencia. Parece como que nuestro místico y maestro está echando la mirada atrás a los comienzos del andar místico para recordar la condición humana de ser expericia de Dios, de ser el lugar viviente y existencial de la expericia de Dios. Juan de la Cruz habla mejor de la expericia final de la unión en Llama. En esta obra nuestro místico nos brinda un prisma privilegiado de la experiencia de la unión. Por ello, en el texto que acabamos de citar, Juan de la Cruz, de una manera especial, da una evalución de la capacidad experiencial de hombre. Afirma que el hombre puede reconocer con agradecimiento la plenitud de la experiencia de Dios y que desde dicha plenitud ve toda la realidad ontológica con nuevos ojos, con una matización ontológico-mística brindada por los diversos atributos divinos en los cuales Dios se deja experinciar generosamente por el hombre.
La palabra "sentir" expresa la facticidad del ser humano, la conditio humana que, para Juan de la Cruz, tiene carácter expericial sobre todo en relación con Dios. Dicha conditio humana, dada la finitud radical del hombre frente a Dios, es nada menos que apertura total a Dios, para conocerlo, para vivienciarlo con más sentido, con más intensidad. Es finitud abierta que ha de optar por una apertura total que implica compromiso total o ascesis (Subida-Noche) y una búsqueda por las varias bellezas del universo hacia la belleza fontal, lo bello en sí (Cántico). Es partura que también se cierra, en plan de recogimiento, a los demás que no se identifican con Dios (Subida). Esto no es negación ontológica, sino calificación ontológico-mística de todo el ser desde el Ser de los seres: Dios, desde el Dios que se siente porque en plan de condescendencia se deja sentir generosamente.
El sentir es siempre amoroso como se ve en el texto de arriba. El conocimento experiencial de Dios es un proceso amoroso. El amor tiene su modalidad según la revelación experiencial de los varios atributos de Dios enumerados por el Místico Abulense en el texto arriba citado. El conocimiento de Dios es matizado porque la experiencia es matizante hasta que, como se expresa al final del texto citado, el amar se identifica con el conocer: "conoces que te ama". El texto citado enseña el filón que la actual investigación tiene el propósitode allanar con parsimonia en los capítulos que sigue.
En dicho texto, Juan de la Cruz presenta al hombre como ser del sentir o, en términos zubirianos, ser sentiente. No hace una presentación fría. Presenta al hombre como ser consciente de su condición de sujeto experiencial.
El texto también tiene implicaciones metafísicas. Juan de la Cruz no era metafísico del ser in sensu stricto, sino teólogo de la relación Dios-Hombre que se tiene en el mundo.
este último encierra un conjunto de realidades vista como valores y evaluados mediante las categorías de "todo" y "nada".
El hombre se ubica en la obra sanjuanista dentro de una jerarquía dada la multiplicidad de los seres. Ello implica grados de perfección. Dios, el Ser Supremo y el Ser en sí, está en la cima de dicha jerarquía. Se lo presenta al hombre como ser que aspira a participar y a unirse a la cima de la jerarquía de manera experiencial, existencial, personal. "Sólo su Dios para ella (el alma) es el todo". (Llama 1, 32).
Sólo Dios es la meta deseada, el único Todo. Para poder llegar a la unión cognoscitiva y experiencial con Dios, el sentir del hombre debe pasar por la negación del sí, por el proceso cognoscitivo cuyos matices se expondrán a partir del tercer capítulo de la actual investigación: "Nunca te quieras satisfacer en lo que entendieres de Dios, sino en lo que no entendieres de Él; y nunca pares en amar y deleitarse en eso que entendieres o sintieres de Dios, sino ama y deléitate en lo que puedes entender y sentir de Él". (cántico 1, 12). Estas palabras adentan el tipo de conocimiento de Dios que analizaremos a partir del próximo capítulo. Baste por ahora decir que este conocimiento promete un nuevo tipo de sentir, una experiencia que sobre pasa a los límites de la conditio humana experiencial: "En aquel sentir siente tan alto de Dios, que entiende claro se queda todo por entender; y aquel entender y sentir ser tan intensa la Divinidad, que no se puede enteder acabadamente, es muy subido entender. Y así una de las grandes mercedes que en esta vida hace Dios a un alma por vía de paso es darle claramente a entender y sentir tan altamente de Dios, que entiende claro que no se puede entender ni sentir del todo." (Cántico 7, 9).
En este mismo sentir se realiza un despliegue fenomenológico de los atributos divinos, de la matización teológica en que Dios se deja experienciar con generosisad y en plan amoroso y gratuito al ser humano hasta el punto de compartir la condición humana empezando con la Encarnación de Cristo cuyo valor cognoscitivo veremos más adelnate. En Llama 3, 6 hemos visto que Juan de la Cruz hace una lista de los atributos de Dios. No es una lista completa según los criterios dogmáticos o sistemáticos. No se preocupa Juan de la Cruz por ello ni desea formular un discurso dogmático scerca de los atributos de Dios. Lo que quiere subrayar nuestro místico es, además de la estructura antropológica como lugar experiencial, un conocimiento de Dios que es íntimo, matizado (empezando con los atributos y las particularidades, dimensiones de Dios totalmente transcendente e inagotable ontológicamente hablando y en su generosidad para con el hombre) y con repercusiones ontológio-místicas en clave de participación. No sólo se trata del mero sber, sino más bien de la verdadera sabiduría: el saber experienciado, asimilado, reflexionando en clave de amor. Y la filosofía, en su sentido originario, es amor de la sabiduría.
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